Hace unos años, recibí la visita de vuestra mamá y papá, y quise regalarles una brújula. Me pareció que era un símbolo poderoso, más allá de su utilidad práctica. Junto a ella, les entregué una carta en la que les escribí lo siguiente:
“Aprecié el valor de la brújula cuando estudiaba navegación. Mi profesor me explicó que la experiencia y el sentido de la orientación ayudan a los marineros a surcar los mares, pero en caso de perderse en el océano, la brújula se convierte en una aliada esencial para encontrar un puerto seguro.
La brújula siempre señala un punto en el horizonte: el Norte de la Tierra. No importa dónde nos encontremos, su aguja siempre apuntará hacia ese lugar cardinal. Tomándolo como referencia, podréis regresar a vuestro punto de partida, pero también trazar cualquier otro destino, pues en ella están grabados todos los puntos geográficos de nuestro planeta.
Si aprendéis a utilizarla, os guiará hasta los lugares en los que tenéis vuestro corazón. Quizás no siempre os llevará al norte, pero en algún otro punto del horizonte, encontraréis a vuestro padre, quien os ama y siempre os espera.
Así que, cuando tengáis tiempo y os apetezca, mirad la brújula y recordad que, en algún lugar del mundo, vuestro padre está ahí, esperando. Y aunque los caminos sean diversos, el amor siempre será vuestro verdadero norte.”
Considerad la brújula no solo como un instrumento de navegación, sino también un símbolo de conexión y amor.
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