Cuando tenía cuatro años, me sucedió algo aún peor:
¡Contraje la polio!
La poliomielitis es una enfermedad grave causada por un virus conocido como poliovirus, que ataca al sistema nervioso central. Cuando ocurre esto, la red de nervios que conecta los órganos del cuerpo con el cerebro se ve afectada. En los casos más severos, las personas afectadas pueden experimentar dificultades para respirar autónomamente o perder la movilidad en brazos y piernas.
Entre 1956 y 1963, la polio afectó gravemente a la población infantil en España. A pesar de que la vacuna de Salk ya estaba disponible desde 1955, el sistema de inmunización falló en nuestro país, durante ese período.
Se registraron al menos 3.260 casos de polio y 426 fallecimientos por esta causa entre 1955 y 1957. Los casos aumentaron significativamente en 1958 y 1959, alcanzando una incidencia de 70 contagios por cada 100.000 habitantes, la tasa más alta registrada en España desde 1948.
El régimen franquista, que gobernaba en ese momento (más adelante os escribiré sobre ello), tomaba decisiones sin discusión, incluso en temas relacionados con la salud de la población. Entre 1955 y 1957, España no importó la vacuna de Salk, a pesar de su eficacia demostrada en otros lugares. Como resultado, miles de niños contrajeron la polio durante esos años, sufriendo graves discapacidades físicas y, en algunos casos, quedando paralizados de por vida. El abuelo fue uno de esos niños afectados.
La Ley de Memoria Democrática, en vigor desde octubre, reconoce el sufrimiento de las personas afectadas por la polio y obliga a adoptar medidas sociales y sanitarias para atender los efectos de esta enfermedad vírica.
Es importante recordar estos eventos históricos para aprender de ellos y garantizar que no se repitan en el futuro.
Recuerdo que me infecté mientras jugaba al fútbol con mis amigos en un descampado; sin tropezar, caí al suelo sin fuerzas para levantarme. ¡Llamé a mi mamá para que me ayudara porque no podía moverme, solo llorar!
Mi papá me llevó rápidamente a un hospital grande, que parecía ser para ricos, ya que dos días después me trasladaron a otro llamado San Juan de Dios, gestionado por una orden caritativa. Allí operaron mi pie por primera vez. Al despertar de la anestesia (es una inyección que te duerme y evita que sientas dolor), mi papá estaba junto a mi cama y me sonrió, lo que me ayudó a olvidar el dolor.
En momentos así, es crucial tener cerca a personas que te quieren, como tu mamá, papá, abuelas y abuelos.
He tenido la suerte de tener una mamá y un papá que me han amado mucho. Durante mi hospitalización, comía pescado y carne; alguien mencionó que era carne de caballo, pero yo no lo creo. Aunque el pescado no me gustaba mucho, las verduras que teníamos que comer todos los días aún menos.
Ahora es completamente diferente, ¡solo como verduras!
Por experiencia, os recomiendo que comáis todo lo que os sirvan vuestra mamá o papá, ellos saben lo que necesitáis para crecer de manera saludable y fuerte.
No estoy seguro de cuánto tiempo estuve en el hospital, pero creo que fue un periodo largo, ya que estuve durante Navidad y los Reyes Magos. Nunca había recibido regalos tan bonitos cómo los que me dieron ese año: un tren, una espada de mosquetero y dos coches deportivos. Mi hermanita Ana lloraba porque los Reyes Magos se olvidaron de sus regalos, pero yo compartí mis juguetes con ella.
Fueron momentos que mantengo fuerte en mi memoria. Significaron experiencias dolorosas, especialmente para mamá y papá, yo apenas era consciente de la gravedad de lo que me sucedió, y ahora, ya de mayor, reconozco el valor del amor con el que llenaron mi vida. Entrega y sacrificio que nunca se puede compensar.
Amad y respetad a vuestras mamás y papás, siempre, en todo momento.
Las vacunas son como un escudo invisible que nos protege y ayuda a crecer sanos y fuertes. Y sí, preguntar a mamá si ya tenéis todas las vacunas es una excelente idea.
¡La salud es lo más importante!
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