Debo confesar que, en aquellos años, no era muy consciente de las dificultades de mi familia ni de mi enfermedad. Simplemente, jugaba con mi hermanita y estaba cerca de mamá y papá, algo que me gustaba mucho. Después de salir del hospital, como necesitaba fortalecer mis piernas, me compraron el triciclo del que os escribí hace unos días. Bueno, no estoy seguro si fueron mis padres quienes me lo dieron o si lo recibí en el hospital, pero no importa; daba vueltas y vueltas en la plaza cuadrada del pueblo donde vivíamos.
Deseaba que pasara pronto la noche para que llegara la mañana siguiente para ir a rodar en la plaza otra vez.
Después de darle tantas vueltas, se rompió un día y me quedé sin él. Papá siempre prometía llevarlo a reparar a un taller, pero tal vez era demasiado complicado porque nunca sucedió. Así que allí se quedó, en un rincón de nuestra casa, con su rueda rota. Cada mañana lo observaba, esperando que por arte de magia alguien lo hubiera reparado, pero la rueda seguía rota y nunca más pude tener otro. Creo que es el mejor juguete que he tenido nunca.
Todo marchaba bien, pero un día sucedió un evento triste en la familia. Muchas personas prefieren olvidar aquello que les entristece, sin embargo, creo que debemos aceptarlo y no huir de ello.
“Forma parte de la vida aprender de las dificultades, pues ello nos hace más sabias y resistentes”.
¿Recordáis que mencioné anteriormente que, además de Ana y Juanca, tengo dos hermanos más?, pues son hijos de un matrimonio anterior de mi mamá. En aquellos años, España tenía como forma de gobierno una dictadura militar de tipo nacional-católica (más adelante escribiré sobre ello).
Pues bien, en el código penal de ese periodo (es un conjunto de leyes que establece las normas y reglas sobre lo que está permitido y lo que no en una sociedad. Definen los delitos y las sanciones correspondientes para quienes los cometan), existía un delito denominado adulterio.
“El adulterio es una norma moral que se basa en una costumbre muy antigua y cultural que dicta cómo deben comportarse las personas casadas”. Estas normas evolucionan con el tiempo y los avances de la sociedad y en la mayoría de las ocasiones, quedan desfasadas”.
El adulterio se daba cuando una persona casada se enamoraba de otra y decidía irse con ella. En la actualidad, esto no constituye un delito y, cuando ocurre, las personas optan por divorciarse o separarse. Sin embargo, en aquellos tiempos de la dictadura, el divorcio era ilegal en nuestro país y el adulterio podía ser motivo de encarcelamiento. Las mujeres sufrían un trato especialmente injusto, ya que los hombres raramente enfrentaban consecuencias. Además, si una mujer tenía hijos, estos eran arrebatados y entregados al padre sin un juicio justo.
Mamá vivió esta situación: le retiraron la patria potestad de sus hijos (los derechos y deberes de los padres sobre sus hijos), nos borraron el apellido de mamá de nuestros nombres, fue recluida en un lugar parecido a una prisión para mujeres y separada de mis hermanos, Francisco y Mario. A nosotros nos dejaron al cuidado de nuestro papá, simplemente por ser hombre.
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