El maestro tenía la autoridad en todo momento y no se permitía protestar por nada. Cuando llegaba tu turno, te llamaba para repasar la lección, y no podías equivocarte, porque si lo hacías, te castigaba con la regla. Don José Vives fue quien me enseñó a leer y a escribir, así como a sumar y a restar. Aprendí a dividir en un curso más avanzado, aunque debo confesar que me costó un poco más. Con otro maestro, memoricé las preposiciones. Nunca las he olvidado, me parecieron muy divertidas.
Me las sé de memoria:
«A, ante, bajo, con, contra, de, desde, durante, en, entre, hacia, hasta, mediante, para, por, según, sin, so, sobre, tras y vía». Os aconsejo repasarlas por si se me ha escapado alguna. ¡El abuelo no puede saberlo todo!
La gramática se actualiza con el paso de los años, y la RAE (Real Academia Española de la Lengua) incorpora nuevas palabras al diccionario conforme evoluciona el idioma español. Por ejemplo, términos como “cibernética”, “ecoturismo”, “hiperenlace”, “infográfico”, “multitarea”, “reciclaje” y “videoclip” no existían antes y hoy en día se usan casi a diario.
En el pasillo central, sobre una repisa elevada, se encontraba un televisor (nunca había visto uno antes), y en algunos días nos alineaban para ver documentales y discursos del jefe de Estado. En esa época, la televisión solo emitía en blanco y negro y la calidad era bastante pobre, pero eso no me preocupaba; me maravillaba lo que aparecía en la pantalla. No podía comprender cómo cabían tantas personas dentro de ella.
«Muchos años más tarde, finalmente lo entendí, aunque tuvieron que explicármelo varias veces».
Una de las cosas que más me gustaba del colegio era la botella de leche y la manzana roja que nos daban cada mañana. Bebía la leche de un sorbo, pero reservaba la manzana para el recreo, frotándola hasta hacerla brillar. En el patio, competíamos para ver quién conseguía la manzana más reluciente, aunque nunca logré ganar.
«Me parece que algunos niños eran expertos en hacer brillar las manzanas».
Al mediodía, a las doce en punto, sonaba una campana y algunos de nosotros nos quedábamos a almorzar en el colegio. Supongo que éramos los de familias con menos recursos, ya que los demás se iban a comer a sus casas. La comida del colegio no me gustaba, era comparable a la del hospital. Todos los días nos servían garbanzos con verduras y pequeños hilitos de carne de origen incierto. Yo odiaba los garbanzos. Sin embargo, tenías que comerlos, porque si no lo hacías, te castigaban con la famosa regla.
Por la tarde, también teníamos clases hasta las cinco, pero ya estábamos agotados y aprendíamos poco. Sin embargo, un profesor de ciencias naturales nos mostró cómo observar un arcoíris mediante un bolígrafo de cristal. Fue muy entretenido, aunque no comprendí del todo cómo ocurría ese fenómeno, nos lo explicó de la siguiente manera:
«Un arcoíris ocurre cuando las gotas de lluvia funcionan como prismas. Los colores del sol se refractan en estas gotas y se separan, formando el arco cromático».
Si os interesa, podéis intentarlo en casa; creo que mamá podría ayudaros a repetir este experimento. A mí me fascinan los arcoíris.
Uno de mis recuerdos más vívidos es la fila ordenada que debíamos formar antes de entrar al colegio. Nos alineábamos uno detrás del otro con los brazos extendidos hacia delante, mientras un maestro verificaba nuestra posición con una regla de madera enorme.
«Yo, al ser el nuevo, no estaba seguro de dónde colocarme, pero rápidamente lo aprendí». 📏🤣
Las niñas y los niños hacíamos filas separadas debido a la segregación por sexos de la época. Éramos asignados a aulas y grupos distintos y ni siquiera compartíamos el recreo.
La segregación tenía fundamentos políticos y religiosos. Los dirigentes de entonces creían que debíamos aprender roles diferentes: las niñas, a cuidar de los hijos y las tareas del hogar; los niños, a ser fuertes, trabajar y ganar dinero para el sustento familiar.
Actualmente, estas prácticas son poco comunes y se mantienen solo en algunos colegios privados. En las escuelas públicas se promueve la igualdad de oportunidades para todos los estudiantes, independientemente de su género. Así, estudiamos juntos en las mismas aulas y aprendemos los unos de los otros.
«Está demostrado que la diversidad y la inclusión nos enriquecen como personas y fomentan un aprendizaje conjunto y una mejora colectiva».
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