La polio dejó secuelas en mí, impidiéndome caminar correctamente, correr, saltar alto o unirme a los juegos que los otros niños de la escuela disfrutaban. No le daba importancia, ya que no me sentía menos, pero algunos niños de la escuela y del vecindario me fastidiaban con apodos como “paticojo” y “pata de palo”.
Aunque esos apodos no me afectaban mucho, me dolía quedarme fuera cuando formaban equipos para jugar al fútbol, al pilla-pilla o al escondite, pues nadie me escogía.
Funcionaba de la siguiente manera:
Alguien proponía un partido de fútbol y se formaban dos equipos. Los interesados en jugar nos alineábamos y los capitanes nos seleccionaban uno a uno. Yo siempre era el último, sin ser elegido. Así que solo me quedaba observar el juego y, al cansarme, me retiraba a otro lado del patio a sacarle brillo a mi manzana roja.
Es verdad que algunos niños querían jugar conmigo, como al escondite, pero no me aceptaban en sus equipos porque creían que les haría perder. Eso que viví se denomina discriminación. En aquel tiempo, no había suficiente conciencia social para denunciar estas situaciones, por lo que no podía quejarme, ni siquiera ante los profesores, ya que probablemente me reprenderían por ser débil y quejica.
Sin embargo, al llegar a casa y jugar con mi hermana y mi hermano, la tristeza desaparecía rápidamente. “Quiero mucho a mi hermanita y a mi hermanito, y siempre los querré”.
Es crucial aprender a identificar la discriminación y el acoso escolar, especialmente cuando alguien molesta, intimida o hiere a otro niño o niña. Es posible que hayáis sido testigos de tales situaciones en la escuela o en otros entornos, como parques o calles.
Ejemplos de acoso incluyen:
- Acoso verbal: Insultos o comentarios que humillan o hieren.
- Acoso físico: Golpes o empujones.
- Acoso social: Exclusión, ignorar a alguien, hacerle sentir solo y evitar que se relacione con otros niños.
Con la tecnología actual, surgen nuevas formas de acoso que infligen gran dolor; una de ellas es el ciberacoso, que ocurre en las redes sociales. Un ejemplo es el discurso de odio, consistente en mensajes y comentarios malintencionados sobre otras personas, causando serios problemas a los afectados, sin importar su edad.
Numerosas personas e instituciones, como la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), se esfuerzan por eliminar el discurso de odio. Para lograrlo, ofrecen cursos y conferencias sobre competencias digitales y ciudadanía digital.
Es importante que todos (incluso los mayores) aprendan a protegerse y a usar internet de forma segura y responsable socialmente. El abuelo, siendo educador social, contribuye a estas iniciativas dando talleres en institutos y escuelas. Es fundamental que, si conocéis algún caso de acoso, lo discutáis con vuestra madre, padre o profesora para que puedan tomar medidas al respecto. En todo caso, respetad a las demás y no participéis en burlas, insultos o agresiones. Pensad cómo os sentiríais si el acoso lo sufrierais vosotras.
Recordad mi consejo: la violencia no soluciona los conflictos; los empeora. Por eso, si alguna vez estáis enfadadas, calmaos y pensad en un amable sol brillante que ilumina y calienta a todos.
Recordad, si sufrís acoso, nunca es vuestra culpa; el culpable es siempre el acosador.
El abuelo vivió todas estas experiencias en distintos momentos de su vida, simplemente por haber enfermado de polio. ¿Y sabéis qué? “No albergo rencor ni odio hacia nadie por ello».
Deja una respuesta