En aquellos tiempos, ni siquiera podíamos imaginar juguetes electrónicos como los de hoy, y mucho menos videoconsolas. Sin embargo, eso no significaba que nuestra vida fuera aburrida; la diversión estaba garantizada con juegos como las canicas y otros entretenimientos.
Pasábamos el tiempo en la calle con amigos. La mayoría de los juegos eran colectivos, ya que jugar solo resultaba aburrido. Siempre encontrábamos a alguien dispuesto a participar, lo que también nos daba la oportunidad de hacer nuevas amistades y conversar sobre temas de interés. Uno de los amigos tenía un Scalextric y otros juguetes que para nosotros eran un lujo inalcanzable. Su padre, dueño de una fábrica de zapatos, podía permitirse esos juguetes costosos. De vez en cuando, nos invitaba a su casa para jugar, aunque también disfrutábamos mucho en nuestros hogares jugando al parchís, la oca o coloreando cuadernos.
Mis juegos favoritos eran:
El juego del toque y palmo. Para jugar, necesitabas el tacón de un zapato viejo que ya no se usara. Como estaban muy pegados, era conveniente que mamá o papá te ayudaran. Los tacones ganadores eran muy codiciados, así que personalicé el mío con mis iniciales para que no me lo quitaran. Una vez que tenías tu tacón, invitabas a un amigo con otro tacón para una competición. Intercambiabas las partidas ganadas por cromos o canicas. Podías jugar en un pasillo largo de casa, en el parque cercano o en el patio, pero sin molestar a nadie.
El juego consistía en lanzar el tacón a unos dos metros de distancia y el siguiente jugador debía intentar tocarlo sin que rebotara más de un palmo. Era un juego en el que entrenabas la puntería.
El juego de la lima. Para jugar, debías conseguir una lima de hierro (de esas que usan los carpinteros), que no estuviera oxidada. Si tenía un mango de madera, pedías ayuda a mamá o papá para quitarlo.
Era necesario estar fuera de casa y encontrar un lugar de tierra donde dibujar un rectángulo. La tierra no debía estar ni muy dura ni muy blanda. El juego consistía en situarte en el cuadrado marcado con una X y clavar la lima en el cuadro número uno. Si lo conseguías, saltabas al siguiente cuadro sin tocar las rayas y desde ahí clavabas la lima en el cuadro número dos. Así sucesivamente hasta completar todo el circuito. Ganaba el que conseguía más puntos.
No penséis que era fácil. Muchas veces fallabas y la lima no se clavaba o pisabas la raya del cuadro. Existen muchas versiones de este juego, pero esta es la que yo conozco.
El gua (jugar con las canicas). Debías encontrar amigos que tuviesen bolitas de sobra. Se trataba de golpear la canica de tu compañera e intentar meter la bola en un agujero previamente hecho. A ese agujero se le llamaba gua, por eso el juego lleva su nombre. Si lo conseguías, te quedabas con la canica que tu contrincante decidía darte.
Cuando yo jugaba al gua, existían cuatro tipos de canicas: las de barro, las de cristal, las de porcelana y las de acero. Las más bonitas eran las de cristal, con colores y formas diferentes. Las más difíciles de conseguir eran las de acero. Las de barro eran las más baratas y feas, y si perdías la partida, tenías que entregar dos canicas.
Jugar al gua era una forma divertida de coleccionar canicas y compartir.
La televisión apenas la veíamos porque pocas personas tenían una en casa. Además, preferíamos jugar en la calle con nuestros amigos. Ya os he contado que en el cole habían instalado una, pero los programas eran muy aburridos. En alguna ocasión podía verla en casa de mi amigo (el de la fábrica de zapatos), pero siempre por las tardes después del cole y de jugar en la calle.
Los programas infantiles no eran muchos, pero nos encantaban las aventuras de los Chiripitifláuticos con personajes como Locomotoro, Valentina, el Capitán Tan, los hermanos Malasombra y otros muy simpáticos. Las series también eran divertidas como El Superagente 86, Caravana, Bonanza, El Fugitivo, Embrujada y dibujos animados del Pato Donald, Lucas, Tom y Jerry y muchos más. Eso sí, antes no era como hoy, por lo que en invierno nos mandaban a la cama a las ocho y media, y en verano a las nueve. La familia Telerín se encargaba de avisarnos con su canción “Vamos a la cama”.
Esta es su letra:
- Vamos a la cama que hay que descansar,
- Para que mañana podamos madrugar,
- Para que mañana podamos madrugar.
- Y así repetido cuatro o cinco veces. 🤣
A partir de esas horas, en la tele ponían dos rombos en la pantalla, lo que significaba que los menores ya no podíamos verla.
Os presento a la familia Telerín:
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