En tiempos remotos, los senderos de Europa estaban plagados de riesgos y caballeros andantes en busca de aventuras. Entre ellos, un caballero de leyenda: Don Poveda de Valencia, (recordad que es un ancestro nuestro). A diferencia de otros nobles guerreros de armaduras centelleantes y espadas temibles, Don Poveda ostentaba un arma distinta, templada no en la guerra, sino en las tribulaciones personales que desde su nacimiento le desafiaron.
Pedro, así se llamaba nuestro héroe, desde niño, superó innumerables obstáculos. Un día, jugando en el campo, tropezó y cayó en un pozo oscuro y estrecho, sufriendo graves heridas, especialmente en sus piernas, lo que le dificultaba caminar. Muchos creyeron que esto le impediría alcanzar sus sueños, como aprender a montar a caballo, soportar el peso de una armadura y viajar por los arduos caminos de su tiempo. Su madre temía que terminara mendigando en las iglesias.
El joven Pedro, tenía una mente vivaz e inteligente. Día tras día, acumulaba conocimientos sobre plantas medicinales, el vuelo de las aves, la predicción del clima y hasta sabía diferenciar entre estrellas y planetas. Su determinación y tenacidad eran tan sólidas como el acero del arado con el que su padre, un humilde campesino, trabajaba la tierra.
Un día, mientras Pedro predecía un eclipse lunar, un noble señor, Don Eduardo, caballero sabio y venerado, maestro de la equitación que había oído hablar de las habilidades de Pedro, fue a visitarlo. Pronto reconoció en Pedro una resolución poco común, Don Eduardo solicitó permiso a sus padres para dirigirse al joven:
—Ven conmigo, muchacho, te enseñaré a montar, a leer y conocimientos que te harán sabio y feliz.—
Pedro miró a sus padres y estos asintieron con la cabeza, así que aceptó con alegría. Bajo la tutela de Don Eduardo, aprendió a montar a caballo y a defenderse con la espada y la lanza. Al principio, cada caída del caballo representaba un reto pero también, una lección y una aprendizaje. Con el tiempo, Pedro y su caballo fueron uno. No solo aprendió a montar; también descubrió el poder de las palabras escritas. Dominó el latín, el idioma de los eruditos y antiguos sabios, se sumergió en los textos de filósofos y científicos, adquiriendo con los años conocimientos que pocos poseían.
Su habilidad con las palabras y su capacidad para razonar y mediar en conflictos hicieron que su fama se extendiera por todo el reino, convirtiéndose en su arma más poderosa.
Montado en su fiel caballo Refriega, Don Poveda recorría los caminos de Europa, impartiendo justicia y resolviendo disputas con sabiduría y diplomacia. Su escudo, adornado con un corazón sobre un libro cosido a mano, simbolizaba su compasión y deseo de curar más que herir. Participó en numerosos torneos, no para demostrar su fuerza física y destreza, sino para mostrar que la verdadera fortaleza reside en el carácter y la mente.
Uno de los relatos más célebres de Don Poveda es su encuentro con el tirano Don Rodrigo, un señor feudal conocido por su crueldad. Al enterarse de que había despojado a los campesinos de su feudo de las tierras con las que alimentaban a sus familias, Don Poveda se dirigió sin demora al castillo del tirano.
Al llegar, pidió audiencia al señor del castillo. Don Rodrigo no quedó impresionado por su presencia y le desafió a un duelo a muerte.
Don Poveda no era precisamente cobarde, había combatido en mil batallas justas, pero siempre que le era posible, prefería utilizar la palabra. Esta ocasión no sería diferente, por ello propuso a D. Rodrigo un desafío intelectual.
Con voz firme y serena, le presentó un acertijo:
—Resuelve un enigma y me retiraré de tu reino para siempre—. Si no encuentras la solución, deberás devolver las tierras que has confiscado a los campesinos y tratarlos con justicia.
Don Rodrigo ante cualquier otro, hubiese preferido luchar con la espada, pero un capitán de su guardia le advirtió sobre la fama de Don Poveda pues, este capitán era conocedor de la valentía y destreza de Don Poveda en el combate, y ante esta información, Don Rodrigo prefirió no correr riesgos por lo que aceptó el desafío intelectual.
El acertijo trataba sobre tres caballeros encerrados en una mazmorra con sombreros invisibles.
—Vaya estupidez, pensó Don Rodrigo, venga, dime el acertijo, le espetó.
—Bien, entonces resuelve este enigma, respondió Don Poveda:
Tres caballeros están atrapados en una mazmorra. El carcelero les dice que les pondrá un sombrero invisible en la cabeza: uno azul y dos rojos. El carcelero promete que, si alguno de ellos adivina el color de su propio sombrero, todos serán liberados.
—¿Cuál es la solución para que todos queden libres? —
Don Rodrigo pensó durante una hora, enfurecido e incapaz de encontrar la solución no tuvo más remedio que rendirse. Entonces Don Poveda le dio la solución:
—El primer caballero debe elegir el color del sombrero del segundo caballero—.
Don Poveda mostró a Don Rodrigo que la solución más justa e inteligente a los problemas es consecuencia de la colaboración entre todos. Un recordatorio de que todos somos necesarios y juntos podemos superar incluso las situaciones más desafiantes.
Don Rodrigo reconoció la superioridad de Don Poveda y accedió a devolver las tierras a los campesinos. Con el tiempo, llegó a comprender que la razón y la justicia son las verdaderas fuentes de poder.
Don Poveda continuó sus aventuras, dejando tras de sí una estela de paz y equidad, demostrando que la fuerza del corazón y la mente siempre prevalece sobre la espada. Con el tiempo, sus hazañas se convirtieron en leyendas y su escudo con el corazón y el libro recordaba que la verdadera nobleza radica en el amor.
Su legado perdura, inspirando a generaciones a buscar la justicia y la verdad con la firmeza de las convicciones y la claridad de los razonamientos.
ratio et verba contra violentiam (la razón y la palabra frente a la violencia), es el lema que adorna su escudo.
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