A veces, cuando somos muy pequeños, ocurren eventos que cambian una parte de nuestras vidas, y solo tomamos conciencia de su impacto con el paso de los años. Por ejemplo, cuando el abuelo se contagió de polio, aunque es una enfermedad que te acompaña siempre, aprendes a convivir con ella y te esfuerzas por tener una vida normal. Sin embargo, llega un momento en que te preguntas cómo habría sido tu vida de no haber contraído el virus.
A veces, los sucesos no te afectan directamente, sino a un miembro de la familia, y aunque no comprendas completamente lo ocurrido, percibes que algo en el hogar ha cambiado para peor. Esto nos ocurrió una tarde cuando mi hermanita volvió a casa llorando porque un niño mayor le había hecho daño. Papá, que era de fuerte carácter, fue tras el niño y le pegó. No mucho después, la policía vino y se llevó a papá. (Como ya os mencioné, el bisabuelo Lluís tuvo sus aciertos y errores).
¿Podéis creerlo? “De repente, nos encontramos sin papá”.
Durante aquellos años, mamá se quedó sola con nosotras, que éramos muy pequeñas. Además, ya sabéis que yo estaba enfermo. ¿Comprendéis ahora lo valiente que era mamá? Tuvo que afrontar todos los gastos de la familia sin tener suficiente dinero. Como no podía trabajar durante el día, ya que tenía que cuidarnos, por la noche le traían muchos zapatos desde la fábrica del padre de mi amigo. Tenía que coser los zapatos a mano, lo cual resultaba un trabajo muy cansado. Las fábricas de zapatos son comunes en la provincia de Alicante, donde vivíamos entonces. Su industria zapatera es muy importante, pero también existen fábricas de juguetes y turrones.
Coser zapatos no era suficiente, así que tuvo que vender algunas joyas que había heredado de mi abuela. Con ese dinero compraba comida y pagaba el alquiler de la casa donde vivíamos.
En aquellos años no teníamos juguetes ni muchos materiales para la escuela, pero cuando mamá conseguía algo de dinero, nos compraba un álbum para colorear y una caja de lápices de colores. Nos sentíamos muy felices, ya que “estar con nuestra madre era lo mejor y, además, no pedíamos demasiado”.
A veces ocurrían acontecimientos especiales y asombrosos. Tenía nueve años cuando el Apolo XI llevó a los astronautas Armstrong, Aldrin y Collins a la Luna. Eso sí, solo Aldrin y Armstrong la llegaron a pisar con sus botas de astronautas, Collins tuvo que quedarse en el cohete vigilando que todo saliera bien. Cuando Armstrong pisó la luna, dijo su famosa frase:
“Este es un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”.
Tuve la suerte de verlo por la televisión de mi amigo. Aunque, si queréis que os diga la verdad, no entendía muy bien la importancia de aquello, pues en el colegio los maestros no explicaban muchas cosas del espacio. ¡Pero me gustaba mucho la exploración espacial!
Deseaba tener una maqueta del Módulo Lunar, la verdad es que todos los niños y niñas la queríamos. Sin embargo, como mamá no tenía mucho dinero, tuve que esperar unos años hasta que pude comprarme una. Aunque ya no fue lo mismo, conseguirlo me hizo recordar esos momentos.
El Módulo Lunar era la nave con la que llegaron a la Luna. Se llamaba L.E.M., que son las siglas de Lunar Excursion Module.
Durante ese año, vivíamos en una casa con una terraza muy grande donde pudimos criar unos pollitos que mi madre nos había comprado en el mercado de abastos. Los vimos crecer y hacerse grandes. De pequeños eran amarillos y muy suaves, luego cambiaron de color y les crecieron plumas blancas y de otros colores. Un día, mi mamá decidió cocinarlos 😮(nos dijo que para eso los había comprado), pero decidimos dejarlos escapar. Justo debajo de nuestra casa, existía un taller de coches que daba a un descampado, (un terreno grande y vacío, sin casas construidas), en el que jugábamos muchas veces al guá y a la lima. Allí fue donde los soltamos una noche para que escaparan de mamá. Al día siguiente, fuimos a verlos, pero habían desaparecido.
¡Ah!, el jefe del taller mecánico que estaba debajo de nuestra casa era quien nos regalaba las canicas de acero para jugar al guá.
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