
Tras hablaros de las lenguas y dialectos de España, continúo con la historia de nuestra llegada a Ibiza. En el puerto, mamá buscó un alojamiento económico. Una persona muy amable nos sugirió una pensión en el centro de la ciudad, es similar a un hotel, pero más pequeña y asequible. La calle era muy estrecha, aunque ahora me parece bonita, en aquel momento no me lo parecía. (Os he hecho un dibujo para que os la imaginéis).

Cuando llegamos a la pensión, nos dieron una habitación pequeña con una cama. Estábamos tan cansadas, que no nos importó y nos dormimos enseguida. Al despertarnos, ya era mediodía y mamá preguntó a la portera cómo llegar al restaurante donde comía papá. Ella era muy inteligente; había anotado la dirección de una conversación telefónica que tuvo con él.
A pesar de que el lugar estaba lejos, decidió que caminaríamos para ahorrar el dinero del taxi. El restaurante se encontraba cerca del aeropuerto.
Era la primera vez que veíamos un avión; eran enormes y ruidosos.
Entramos al restaurante, que estaba lleno de personas y de humo de tabaco; casi no podías ver ni respirar (en aquellos años se podía fumar en todas partes, incluso en los hospitales). Pronto pudimos ver a papá; estaba sentado en una mesa con otras personas que seguro eran compañeros de trabajo, pues estaban vestidos como él. Al vernos, se llevó una gran sorpresa, ya que no nos esperaba. Mamá no le había dicho que íbamos a verle y dijo:
“¡Oh! Mira, mi familia”.
Nos dio un beso y nos preguntó si habíamos comido. Mamá le dijo que unos bocadillos, aunque no era verdad; creo que papá no le creyó y por eso llamó al camarero y nos preguntó qué queríamos comer. La verdad es que ¡teníamos mucha hambre!
Yo pedí sepia y champiñones. Me encantaba la sepia con champiñones.

Pronto observé que las cosas no iban bien entre mamá y papá, pero después de comer, regresamos a la pensión, y allí estuvimos viviendo por un tiempo.
Papá solía salir a trabajar muy temprano, quizás antes de las siete de la mañana. En esos años trabajaba en la construcción de hoteles y casas, ganaba lo suficiente para cubrir los gastos familiares.

Un día, mientras estaba trabajando, mamá se puso muy enferma; apenas podía levantarse de la cama y tenía un fuerte dolor de cabeza. Como yo era el mayor (ya tenía 10 años), decidí buscar ayuda a la portera de la pensión. Nos indicó un lugar cercano al puerto, donde un médico tenía su consulta; tal vez podría visitar a mamá.
En aquellos años no teníamos Seguridad Social; ahora todo es más sencillo, ya que todas las personas, si están enfermas, pueden ir al hospital, pero antes no era así. Además, recordad que a mamá no la dejaban casarse con papá, por lo que su seguro no la cubría.
Los médicos te atendían en sus consultas privadas, pero tenías que pagar.
Después de dar muchas vueltas preguntando, dimos con la calle del doctor. El lugar era una antigua casa con una puerta muy grande que no tenía timbre; debíamos llamar con una manivela que hacía un ruido parecido al de una carraca. (Son unos cacharros con unas ruedas dentadas que algunas investigadoras creen que su origen se encuentra en algunas civilizaciones de África y Oriente). Al darles vueltas, hacen un ruido más o menos así:
CRAACK, CRAACK, CRAACK…!
Giramos la manivela varias veces hasta que nos abrió la puerta un hombre muy serio con bigote, que nos preguntó qué queríamos. Le dijimos que mamá estaba enferma y que necesitaba un doctor, pero cuando nos preguntó si teníamos dinero y como observó que no, se negó a visitarla.

Éramos muy pequeños y no sabíamos qué hacer, ¡solo llorar!
Regresamos a la pensión y, una vez allí, mamá se había levantado y nos dijo que se encontraba mucho mejor, que no nos preocupáramos. Cuando papá regresó del trabajo, se enfadó mucho con mamá por habernos dejado ir solos por las calles de Eivissa, pero ¿qué podíamos hacer? Además, mamá no tenía culpa de nada; seguro que ni se enteró cuando salimos de la pensión.
¿Pero sabéis una cosa? Hoy, lo hubiese repetido otra vez; quería mucho a mamá.
Deja una respuesta