
En aquellos años, la sociedad era muy distinta a la actual. Por eso, al llegar a los catorce años, debías elegir entre seguir estudiando el Bachillerato o empezar a trabajar. Era común que mamá o papá preguntaran: “¿Estudias o trabajas?”.
Ahora entendéis el origen de esa famosa frase. 😁
Cuando cumplí catorce, mi padre me hizo esa pregunta. Había aprobado el Graduado Escolar, así que decidí trabajar para contribuir económicamente en casa. Pensaba que siempre podría retomar los estudios más adelante, incluso por la noche. Hoy en día, las circunstancias han cambiado, hay más oportunidades y protección social. Por eso, mi consejo es:
“Estudiad todo lo que podáis en la etapa que os toque vivir. Conforme envejecemos, todo se vuelve más complicado y exige un mayor esfuerzo”.
Soy consciente de que vivís tiempos difíciles. Hallar un trabajo satisfactorio es complicado y no tenéis las mismas facilidades para independizaros y formar un hogar. Sin embargo, es esencial que perseveréis, siendo constantes en vuestros objetivos, ya que nadie os regalará nada, igual que no lo hicieron con nosotros en mi generación.
Y en cualquier situación, debéis ser honestos, responsables y generosos con quienes más lo necesitan.

Mi primer trabajo fue como aprendiz en una empresa de maquinaria industrial para bares y hoteles, donde se vendían cafeteras, frigoríficos, cocinas y otros electrodomésticos de gran tamaño, similares a los de casa (os he dibujado una cafetera de bar para que os hagáis una idea).
Los aprendices nos formábamos durante más de cinco o seis años. Conforme íbamos adquiriendo las habilidades clave, ascendíamos para convertirnos en oficiales: primero de tercera, después de segunda y, finalmente, de primera categoría. Con el tiempo, nuestro salario se incrementaba a medida que dominábamos la profesión. Después de ese periodo de aprendizaje, estábamos listos para ejercer nuestro oficio de manera independiente, aunque siempre contábamos con la guía de un jefe experimentado que compartía sus secretos.

En mi primer empleo, me asignaban tareas como limpiar las máquinas con un químico de olor fuerte y nauseabundo. En ocasiones, debía usar gasóleo para llenar los depósitos de algunas máquinas que operaban con este combustible. El oficial a cargo de mi entrenamiento me mostró cómo extraerlo de los bidones, succionándolo con un tubo de goma para llenar una botella. La primera vez que lo intenté, casi me asfixio al tragar un gran sorbo. A pesar de los años, ese recuerdo sigue presente en mi hipocampo.
También acompañaba al oficial en la reparación o instalación de maquinaria en hoteles, cafeterías y restaurantes. Me entregaron ropa de trabajo que me quedaba como tres tallas grandes, tenía que doblar las mangas y el bajo para evitar que se arrastraran por el suelo. Cuando salía a la calle con el oficial, la gente se reía, encontrando la situación divertida. 🤣🤔😠

Solo estuve un mes en esa empresa. El oficial me trataba mal, constantemente regañándome y dándome patadas en mi trasero. También es cierto que las máquinas eran muy pesadas y me costaba manejarlas, lo que enfadaba aún más a mi jefe. En ese primer trabajo, me pagaron quinientas pesetas, pues aún no se había inventado el euro.
Un euro es igual a 166,39 pesetas, así que, por un mes de trabajo de nueve horas al día, recibí tres euros. 🤣

Poco tiempo después, conseguí otro empleo en un taller de metalurgia. Se especializaban en la fabricación de maquinaria y tuberías de hierro, comercialización de botellas de acetileno y oxígeno, e instalaciones industriales. Yo quería aprender a soldar, pero durante los dos primeros años no me dejaron hacerlo.
Soldar implica unir piezas de hierro mediante una varilla metálica que se funde con alta temperatura. Hay varios métodos para generar este calor: uno es mezclar acetileno con oxígeno, otro es usar una caldera de carburo y oxígeno (que son bastante peligrosas), y mi preferido, el uso de un soldador de arco eléctrico para derretir varillas conocidas como electrodos, os lo he dibujado.
Soldar era una tarea de gran responsabilidad, pues una mala soldadura puede provocar desprendimientos, accidentes y fallos graves. Es importante recordar que una soldadura debe soportar intensas presiones. Además, hay que tener cuidado para no sufrir quemaduras, como la que yo tuve en un ojo.
Con el paso del tiempo, perfeccioné mis habilidades de soldadura y también aprendí a construir maquinaria para la industria y la agricultura. Al ascender a oficial, mis jefes me instruyeron en la gestión del almacén del taller, creo que pensaron que era una tarea menos penosa para mi.

En el taller metalúrgico tenía dos jefes, D. Miguel y D. Gregorio, socios del negocio. D. Gregorio era muy reservado y casi no interactuaba conmigo, mientras que D. Miguel me enseñaba mucho, aunque a veces se frustraba conmigo, especialmente si tardaba en aprender algo.
Recuerdo una anécdota curiosa: el día que fui a solicitar trabajo como aprendiz, acompañado de mi amigo Manolo, que era alto y fuerte, a diferencia de mí que era más bien pequeñajo. D. Miguel nos preguntó quién quería ser el aprendiz, y al decir que era yo, me examinó de arriba abajo con una mirada que parecía expresar:

“Vaya, me ha tocado el más pequeño”, pero me brindaron una oportunidad y, con el tiempo, quedaron satisfechos con mi trabajo.
Es cierto que a veces sufría mucho dolor en mi pierna enferma, pero nunca me quejé. “Mis jefes nunca fueron crueles conmigo”. Estuve en esa industria por más de diez años, donde dominé la profesión y obtuve la confianza de mis superiores.
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