Durante mis años de adolescencia tardía, que comprenden entre los 17 y los 21 años, adquirí nuevos conocimientos y viví diversas aventuras gracias a mis estudios y lecturas. Aunque mi enfermedad avanzaba y ya no podía jugar al voleibol, encontré nuevas pasiones en el tiro con arco y el futbolín.
En ese mismo periodo, España también estaba experimentando profundos cambios. La dictadura del General Franco, que se había mantenido durante casi cuarenta años, estaba llegando a su fin. Franco permaneció como jefe del Estado hasta su muerte en 1975. Durante su régimen, no se permitían partidos políticos y los derechos civiles y políticos estaban severamente restringidos. Cualquiera podía ser denunciado a la policía por criticar la dictadura, y el temor a las represalias era constante.
No se podía viajar a ciertos países, especialmente a los considerados comunistas, y no existía libertad religiosa. La única religión autorizada era la católica, que imponía su moral de manera estricta. La educación y la economía estaban fuertemente controladas, y las mujeres no tenían patria potestad sobre sus hijos, ni podían viajar o tener una cuenta bancaria sin el permiso de sus maridos o padres.
El 20 de diciembre de 1973, el grupo terrorista ETA asesinó al general Luis Carrero Blanco, designado por Franco como su sucesor. Este atentado marcó un cambio en la mentalidad de muchos dentro del régimen, aunque las transformaciones significativas no ocurrieron hasta la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975.
Juan Carlos I fue proclamado Rey de España el 22 de noviembre de 1975 y el 3 de julio de 1976, designó a Adolfo Suárez como presidente del gobierno. A partir de entonces, se iniciaron una serie de reformas políticas que llevaron a España hacia la democracia. Este periodo, conocido como la Transición Española, culminó con la aprobación de la Constitución en 1978, estableciendo un sistema democrático que requería la participación activa de la ciudadanía en la toma de decisiones importantes.
La democracia, a diferencia de la dictadura, permite que el poder sea delegado a través de los votos de los ciudadanos a sus representantes políticos. En contraste, en los regímenes no democráticos, el poder está en manos de unos pocos, sin tener en cuenta la opinión de la mayoría, y no existen libertades políticas ni civiles.
Durante la transición, se legalizaron los partidos políticos, incluidos el Comunista y el Socialista, y se proclamó una amnistía general para los presos políticos, exiliados y perseguidos. Estos fueron años históricos que el abuelo vivió intensamente desde los 16 hasta los 20 años, llenos de ilusión y esperanza, pero también de temor, ya que muchos poderosos no querían cambios.
En aquellas primeras elecciones democráticas no pude votar, pues la mayoría de edad era a los 21 años, y yo tenía 17. Sin embargo, pude ejercer mi derecho al voto en las elecciones de 1979, cuando ya estaba en vigor la nueva Constitución que establecía la mayoría de edad a los 18 años.
Aunque podía tomar mis propias decisiones, consultaba a mis padres, algo que considero positivo porque pedir consejo nunca está de más.
Hablad con mamá o papá sobre cualquier asunto importante. Siempre os darán buenos consejos
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