Que no fuese religioso no significaba que no me interesase ayudar a las demás personas. En 1978, como ya os he contado, España estaba inmersa en la transición hacia la democracia y existían carencias muy importantes, especialmente en materia de recursos sanitarios y sociales.
¿Recordáis lo que os conté cuando mi mamá se puso enferma? ¡No sabíamos a dónde ir!
Si vivías en una ciudad pequeña y sufrías un accidente o enfermabas, debías llamar a la Cruz Roja para que te llevara al hospital. Sin embargo, no siempre estaba disponible su ambulancia, y en muchas ciudades y pueblos pequeños no existía una sede.

Afortunadamente, Eivissa contaba con instalaciones y varias ambulancias. Aunque hoy existen miles de organizaciones de voluntarios en las que puedes colaborar, en aquel entonces solo podías hacerlo en la Cruz Roja y en algunas otras dependientes de la Iglesia católica.
Unos meses antes, había comprado el libro “Recuerdo de Solferino”, escrito por Henry Dunant. Los sucesos que describe en el libro le inspiraron a crear el Comité Internacional de la Cruz Roja. Su lectura me impresionó mucho, y unido a que mi hermano Juanca ya participaba como voluntario en la banda de cornetas y tambores, me motivó a solicitar mi ingreso como voluntario en la Cruz Roja Española. Tenía 18 años en aquel entonces.
Os cuento la historia de la Cruz Roja:
La Cruz Roja fue fundada por Henry Dunant junto a otras cuatro personas en 1863. Dunant llevaba varios años pensando en hacerlo, pues en 1859, observó cómo, tras la batalla de Solferino en Italia, miles de soldados heridos no eran asistidos por nadie.
Organizó a un grupo de personas, principalmente mujeres vecinas de la población, para curar sus heridas y atender sus últimas necesidades. Esta historia la podéis leer en el libro que os he citado antes: “Recuerdo de Solferino”. ¡En esa batalla murieron más de 40.000 personas!
Dunant creó la Cruz Roja con una misión especial:
“Cuidar de los heridos en momentos de guerra mediante la colaboración de personas voluntarias entusiastas y entregadas.”

Así que una tarde, acudí a la sede principal para solicitar información e inscribirme como voluntario. En la primera entrevista solo me preguntaron por mi interés en la institución. Les conté que había leído el libro “Recuerdo de Solferino” y la impresión que me había causado. La persona que me entrevistó se mostró satisfecha con mi respuesta. Me citó para otro día en el que debería traer un certificado médico que descartara cualquier enfermedad que me incapacitaría para el servicio.
Esto me desanimó bastante; pensé que no me aceptarían por mi problema con la polio, una constante en mi vida. Pero, aun así, acudí a la consulta de un médico para que me extendiera el certificado. Lo cierto es que no me examinó, solo preguntó para qué lo necesitaba. Le respondí que para ser voluntario de la Cruz Roja. Me pidió quinientas pesetas de entonces (era mucho dinero). Cuando se las entregué, lo firmó y me dio el certificado en un sobre.
Estaba feliz, todo había salido muy bien. Pero cuando acudí a la segunda entrevista en la Cruz Roja, la persona a la que debía entregar el certificado se percató de mi problema. Hizo un gesto de desaprobación e intentó persuadirme de que no me inscribiera como voluntario.

—Este trabajo es muy duro y pesado, no vas a poder realizarlo… —me dijo.
Pero yo insistí una y otra vez, hasta que terminó por aceptarme como aspirante, no sin antes advertirme:
—¡A modo de prueba, si no vales, te vas…!
Una vez inscrito, cursé los estudios de primeros auxilios y Protección civil, y como me gustaba estudiar superé los exámenes y las pruebas. Me entregaron el uniforme y el emblema de la Cruz Roja. (En la foto podéis verme).
El emblema significa mucho para mí, lo guardo como un tesoro pues, con él, en mi brazo, pude ayudar a muchas personas en dificultades a lo largo de los años.
Esta primera experiencia me enseñó que ayudar a los demás no depende de pertenecer a una religión, sino de la voluntad y el compromiso personal. A pesar de los obstáculos y de las dudas sobre mis capacidades debido a mi condición física, perseveré y seguí adelante con mis convicciones. Aprendí a superar barreras aparentemente insuperables.
Es vital creer en uno mismo y seguir adelante, incluso cuando otros dudan de nuestras capacidades. Ser fiel a nuestras convicciones y actuar en base a nuestros valores, incluso cuando el camino es difícil.
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