El servicio militar en España, coloquialmente conocido como “la mili”, era un deber nacional que se inició entre finales del siglo XVIII y principios del XIX.

Durante el siglo XVIII, con la llegada de los Borbones a España y la necesidad de soldados para el ejército, se asentaron en España las bases del reclutamiento militar. El servicio militar duraba entre 15 años, inicialmente, y luego varió entre seis y ocho años. El soldado debía tener entre 18 y 40 años, ser católico, apostólico y romano, y medir al menos 1,40 metros de altura.
En 1968, se aprobó la Ley General del Servicio Militar, que establecía que el Servicio Militar era un honor y un deber inexcusable que alcanzaba a todos los españoles varones. El servicio militar obligatorio consistía en un período de formación militar para todos los hombres españoles mayores de 18 años. Su duración variaba entre 9 y 12 meses, dependiendo del destino y la especialidad. Ser militar implicaba formarse como persona, alcanzando mediante la formación, la instrucción y el adiestramiento la capacidad para ejercer funciones operativas, técnicas, logísticas, administrativas y docentes, desempeñando cometidos para la preparación de las unidades y su empleo en las operaciones.
Las chicas estaban exentas de esta obligación, aunque en algunos casos, dependiendo de sus elecciones profesionales, debían cumplir un servicio alternativo llamado Servicio Social Femenino, se realizaba en hospitales, orfanatos, comedores infantiles, bibliotecas, entre otros, era un deber para las mujeres españolas de entre 17 y 35 años. Las mujeres que realizaban este servicio debían estar solteras y este era un requisito para poder acceder a un trabajo remunerado, a un título académico u oficial, así como para unirse a una asociación, obtener el pasaporte o el carné de conducir. Dejó de ser obligatorio en 1978.
El Servicio Social Femenino, que era obligatorio para las mujeres en España, dejó de serlo con la publicación del Real Decreto 1914/1978, el 19 de mayo de 1978.
El servicio militar obligatorio en España fue abolido durante el gobierno de José María Aznar. Esta decisión marcó el fin de más de dos siglos de reclutamiento militar obligatorio en España.

Antes de ser llamado a la mili, alrededor de los 19 años, los jóvenes debían pasar por un examen médico y cumplir ciertos requisitos físicos, como medir al menos 1,55 metros (yo medía mucho más 😁) y no padecer enfermedades graves. 😔
A pesar de mi enfermedad, que me eximía de la obligación de realizar el servicio militar, fui convocado para el reconocimiento médico. Mi actividad voluntaria en la Cruz Roja constaba en la oficina de reclutamiento, lo que llevó a los jefes militares a considerar la posibilidad de asignarme a la sanidad militar. Sin embargo, mi condición física se deterioraba día tras día, y el médico militar no tuvo más opción que excluirme.
La exclusión del servicio militar no representaba precisamente una ventaja. Al ser excluidos, se nos otorgaba un certificado que nos calificaba como inútiles para el servicio. Esta exclusión, generalmente debida a razones graves, a menudo dificultaba el acceso a ciertas profesiones, especialmente en sectores como la policía, los guardias forestales, los bomberos e incluso en roles no operativos, como el manejo de emisoras de radio o teléfonos, algunas empresas privadas también te exigían la cartilla militar.

En aquellos años, trabajaba en el taller metalúrgico del que ya os escribí, estaba satisfecho con mi empleo, por lo que no aspiraba a cambiar de trabajo. Sin embargo, un amigo me informó de que en el puerto de Eivissa estaban buscando a un celador (un agente de policía de puertos) para supervisar y cuidar las oficinas de la Autoridad Portuaria.
La idea me pareció atractiva y, gracias a mis estudios en el Instituto Politécnico, había adquirido un buen conocimiento sobre la gestión de estos lugares. Decidí presentarme a las pruebas, realicé un examen y obtuve la mejor calificación. Posteriormente, me entrevistaron y me solicitaron un certificado médico y mi expediente militar.
Les proporcioné un certificado médico y la cartilla militar en la que constaba mi exclusión total del servicio militar, lo que resultó en mi rechazo para el puesto.

No es que no pudiera desempeñar las tareas de celador del puerto; mi trabajo en el taller y mi labor como voluntario en la Cruz Roja eran bastante exigentes. Sin embargo, consideraron que, al ser calificado como inútil para realizar la mili, también lo era para este empleo. Rechazo que se ha repetido en numerosas ocasiones a lo largo de mi vida.
A pesar de ello, decidí no desanimarme. Era consciente de mi valía y me prometí a mí mismo que ningún certificado condicionaría mi vida.
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