Ser excluido del servicio militar no me causó depresión ni tristeza. Estaba convencido de mi valía, por lo que seguí centrado en mis estudios, en mis compromisos con la Cruz Roja, en la participación en CCOO y en otras actividades que ahora os cuento.
Un día, mi amigo Isidor (Isidoro en castellano) me mencionó una organización que acababa de abrir una oficina en la isla. Esta entidad trabajaba por la defensa de los derechos humanos en todo el mundo. Me preguntó si quería colaborar, y por supuesto, le contesté que sí.
Esa organización era Amnistía Internacional. Su logotipo, que os he dibujado, es una vela encendida rodeada por una alambrada de espinos. Representa un proverbio que dice: “Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad”. La vela simboliza la esperanza y la acción positiva de proteger los derechos humanos, mientras que el alambre de púas representa la injusticia y la opresión que sufren las personas cuyos derechos son violados. El logotipo fue creado para mostrar que, a pesar de la oscuridad de la injusticia, siempre hay una luz de esperanza que puede marcar la diferencia.
El trabajo voluntario consistía en escribir cientos de cartas a jefes militares y presidentes de gobiernos, la mayoría en países bajo dictaduras. En ellas, les exigíamos que liberaran a los presos políticos detenidos en sus cárceles y especialmente a los condenados a muerte.
¿Recordáis la religión a la que me uní? Pues en aquellos años, muchos de sus creyentes se enfrentaron a persecuciones, encarcelamientos y asesinatos en países dictatoriales. Aunque ya me había apartado de esa fe, me comprometí a escribir cientos de cartas destinadas a los presidentes de esos gobiernos para defender los derechos humanos de estas personas. Lo hice con toda la intensidad y motivación que pude.
No éramos muchas personas en el grupo, pero guardo un buen recuerdo de todas ellas, especialmente de Concha, una periodista que me entrevistó varias veces durante mis responsabilidades sindicales. Desafortunadamente, falleció hace algunos años.
En Amnistía Internacional, aprendí que todos tenemos la responsabilidad moral de defender los derechos humanos. Nunca permanecer impasibles. Si creemos en la justicia y en la necesidad de un mundo mejor y más equilibrado, es nuestro deber comprometernos para que algún día ello pueda ser una realidad.
“La obligación moral es el sentimiento que la razón ejerce sobre nuestra voluntad. Es libre y se basa en nuestros valores y sabiduría.”
Los Derechos Humanos son inherentes a todas las personas, sin importar su raza, religión, lugar de nacimiento, género o cualquier otra diferencia. La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 recoge 30 principios, entre ellos:
- El derecho a la vida.
- El derecho a no ser sometido a esclavitud ni torturas.
- El derecho a expresar tus opiniones libremente.
- El derecho a recibir educación y acceder a un trabajo digno.
Os recomiendo que consultéis con mamá o papá, o con vuestras profesoras, ya que después de esa fecha se han añadido más derechos a través de tratados internacionales. Entre ellos está la Convención de los Derechos del Niño, proclamada y adoptada por la Asamblea General de la ONU el 20 de noviembre de 1989.
Es importante que sigamos informándonos y apoyando a las organizaciones que luchan por los derechos y la dignidad humana. Podemos comenzar por leer la Carta Universal de los Derechos Humanos y conversar con las amigas. Incluso podríais organizar debates en la escuela. Aunque sean pequeñas acciones, todas importan.
¡Nunca cruzarnos de brazos!
Desgraciadamente, como podéis ver en la tele, escuchar en la radio, leer en los periódicos o en internet, en muchos lugares del mundo se violan los derechos humanos y se cometen crímenes de lesa humanidad. Estos son aquellos que atentan contra la humanidad y se consideran crímenes internacionales, como el genocidio, la esclavitud, la tortura, la desaparición forzada y la violación.
El abuelo ha colaborado durante muchos años en la promoción y defensa de los derechos humanos, dando clases en la Cruz Roja e impartiendo conferencias. Sin embargo, esto no me hace mejor persona que las demás; simplemente estoy convencido de que es nuestra obligación actuar así. No se trata de un acto excepcional ni de un favor hacia alguien. Es un deber que debemos cumplir siempre, en todo momento y lugar.
Recordad a nuestro antepasado el caballero D. Poveda de Valencia; a veces es necesario enfrentarse a los villanos y resolver las injusticias, pues, si no lo hacemos nosotras: ¿Quién lo hará?.
Deja una respuesta