El 9 de septiembre de 1976, se programó mi intervención quirúrgica. Tuve que viajar a Barcelona, donde la familia Coll me acogió nuevamente. Debía ingresar al hospital unos días antes, así que aproveché el fin de semana para pasear por la ciudad, acompañado de Maribel (sobre quien escribiré más adelante).
Uno de esos días, previo a mi ingreso en el hospital, decidí salir solo para visitar una tienda de material fotográfico que Roberto me había recomendado. En este comercio especializado se podían comprar productos no encontrabas en la isla. No tenía intención de comprar nada, solo quería mirar los escaparates, pero terminé comprando negativos infrarrojos.
La fotografía infrarroja, también conocida como “IR”, permite registrar longitudes de onda de luz que no son visibles al ojo humano. Las imágenes resultantes parecen pertenecer a otro mundo, con colores distintos a los que normalmente vemos. La foto que veis es de Ses Salines, tomada con ese tipo de película que después dramaticé en mi laboratorio fotográfico.
Tras visitar la tienda, decidí regresar a pie a casa de los Coll. En el camino de vuelta, observé un tumulto de personas en la plaza de Catalunya, un lugar muy emblemático en Barcelona. Estas personas estaban manifestándose bajo la vigilancia de policías antidisturbios (a quienes antes se les llamaba “grises” por el color de sus uniformes), preparados para intervenir y disolver la manifestación en cualquier momento. Los manifestantes gritaban: “Amnistía y libertad”.
Durante la Transición, esta era una de las demandas esenciales para avanzar en el proceso democrático en España. Yo, por supuesto, estaba de acuerdo con la manifestación (ya había participado en otras similares en Eivissa), así que me uní a ellos.
Sin avisar, los policías salieron de sus furgonetas y cargaron contra los manifestantes con sus porras de goma dura, que causaban bastante dolor. También lanzaron botes de humo con sus rifles. Yo no podía correr, así que me refugié en un centro comercial cercano. Al entrar, tropecé y caí al suelo. Unas personas mayores muy amables me ayudaron a levantarme, pero también me regañaron: “¿Cómo te metes en estos líos con la pierna así? ¡Ay, la juventud!”
No supe qué responder, solo les agradecí su ayuda y salí por otra puerta del centro comercial, mientras seguían regañándome. Cuando llegué a casa de la familia Coll, les conté lo que había pasado y también se enfadaron mucho. En ese momento no entendí por qué todos me regañaban y me molesté bastante.
Solo muchos años después comprendí que tenían razón, estaban preocupados por mí, especialmente teniendo en cuenta mis problemas físicos y que, además, al día siguiente debía ingresar al hospital.
Llegó el día de ir al hospital, pero no tenía miedo, solo un poco de ansiedad por desconocer lo que me iban a hacer (ya os he contado que en la visita anterior con el cirujano no había comprendido nada). El hospital era grande, con varias plantas. En mi caso, como mi seguro era público, me asignaron a la segunda planta, en una habitación compartida con otras tres personas (las otras plantas estaban destinadas a pacientes privados). Aunque el hospital estaba gestionado por una orden religiosa católica, estaba concertado con la Seguridad Social y el Estado cubría los gastos de mi operación.
Mis compañeros de habitación eran más o menos de mi edad. Joan (muy simpático), ya se había sometido a una operación de columna también por secuelas de polio. Estaba más afectado que yo, pues necesitaba una silla de ruedas muy bonita para desplazarse. Comentaba que su silla era de competición para jugar al baloncesto. 😯
El otro compañero se llamaba Paco y su operación de columna fue a causa de un accidente subiendo una persiana metálica. Después, supe por mi padre que Paco tenía cáncer de huesos, aunque creo que a él no se lo dijeron.
A mí me intervendrían al día siguiente, pero pensé que tenía mucha suerte, pues solo sería de una pierna. Recordaba una historia (escrita por Calderón de la Barca), qué mamá solía contarnos cada vez que nos quejábamos por alguna cosa.
“Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba que solo se sustentaba de unas hierbas que comía;
—¿Habrá otro, -para sí decía- más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta viendo, que otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó.”
Una muy buena lección de vida. Nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida, valorar lo que tenemos y a mantener una actitud de humildad y resiliencia ante las adversidades.
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