
Llegó la semana de mi intervención. De nuevo me realizaron pruebas y análisis de sangre. Aún influenciado por la religión que había estudiado, pedí que no me hicieran transfusiones, pues según esa fe, estaban prohibidas por Dios. La jefa de planta era una monja católica (aunque vestía de blanco y no de negro como otras que conocí), se enfadó mucho y me dijo que solo mis padres podían autorizar eso, pues era menor de edad. Llamó a mi casa y, tras hablar con mi madre, no volvieron a mencionar el tema conmigo, así que supongo que mi opinión no la tuvieron en cuenta.
Al día siguiente, por la mañana, me llevaron a la planta baja donde estaban los quirófanos. Sentí mucho frío en ese lugar. Un doctor muy amable me preguntó si estaba nervioso. Le respondí que un poco. Me dijo que no me preocupara, que todo saldría bien. Tomó mi brazo y me inyectó un anestésico, pidiéndome que contara hasta diez hacia atrás.
Comencé a contar: diez, nueve, ocho, siete… y me quedé dormido. 😴

Al despertar de la anestesia, me pareció que había pasado solo un minuto, aunque según me contaron después, la operación duró más de cuatro horas. Sentía un dolor intenso. Al mover mi cabeza para observar mi pierna operada, comprendí que la cirugía había sido muy compleja. Aunque no soy muy miedoso, ver las varillas de metal que atravesaban mi pierna, fijadas con tuercas, me causó intranquilidad. “Mi pierna parecía la de Frankenstein, llena de cicatrices y metales”.
Pronto descubrí el propósito de esas tuercas: todos los días las giraban para desplazar los huesos de mi pierna (la tibia y el peroné).
Esta intervención es muy dolorosa y conlleva algunos riesgos. Hoy en día, algunas personas se realizan estas cirugías por cuestiones estéticas debido a problemas de autoestima relacionados con la estatura. En mi caso, el problema era un déficit de desarrollo de mi pierna afectada por polio, por lo que los cirujanos ortopédicos consideraron que esta operación era lo más conveniente. Hace casi cincuenta años me realizaron esta cirugía; hoy la medicina ha avanzado mucho.
Girar esas piezas me causaba mucho dolor. Los primeros días me administraban analgésicos, pero después de una semana, creo que solo me daban agua con azúcar, ya que los calmantes no surtían efecto 🤔. No me quejaba mucho, solo cuando giraban esas tuercas.
Permanecí ingresado más de tres meses hasta que mis huesos se alinearon correctamente. Durante esos meses conocí a personas amables que me cuidaban, pero estaba lejos de mi familia y los echaba de menos, al igual que a mis amigos. Mi padre me visitaba siempre que su barco paraba en el puerto de Barcelona, pero solo podía estar unas horas. Maribel acudía algunas tardes al hospital, pero la mayoría de las ocasiones, me encontraba muy aturdido y desorientado.
Siempre he considerado los momentos difíciles como estaciones de paso en mi viaje por la vida. Aunque puedan parecer interminables en el momento, sé que con el tiempo se desvanecerán, dejando solo una impresión lejana en mi memoria. Este pensamiento me ha ayudado a mantener la calma y la perspectiva.

Cuando nos encontramos ante situaciones dolorosas, es importante tener paciencia y mantener la confianza, pensar que los problemas son temporales, ello nos ayudará superar cualquier adversidad con esperanza y resiliencia.
Recordad siempre: Así como las estaciones se suceden y los días oscuros dan paso a la luz, con el transcurso del tiempo, también superaremos los momentos difíciles de la vida.
Llegó el día en que me quitaron las tuercas, pero dejaron las varillas de metal en mi pierna. El cirujano que me operó, muy simpático, me informó que pronto me iría a casa, pero debería llevar una escayola durante unos meses para que los huesos de mi pierna se curaran. Además, me avisó de que cuando estuviera recuperado del todo, me operarían del pie.
—¿Del pie? Pensé muy angustiado.
No esperaba tener que ser intervenido de nuevo, pero como ansiaba regresar a casa, opté por no darle muchas vueltas al asunto. La escayola y las varillas en mi pierna dificultaban mis movimientos, haciéndolos lentos y complicados. Sin embargo, siendo joven y decidido, dominé el uso de las muletas rápidamente. No tardé en recorrer el hospital y participar en carreras de pasillos con otros compañeros.
Os he dibujado a Emilio; “El campeón de carreras de pasillos. “Nos ganaba a todos”
Finalmente, llegó el día en que el doctor me preguntó:
—¿Cómo te sientes?, ¿Tienes ganas de ir a casa?

Le respondí que sí.
—Bien, entonces puedes irte; te voy a dar el alta, pero nos vemos la semana que viene.
—¿La semana que viene? Pero yo vivo en Eivissa, que está muy lejos de Barcelona; es una isla.
El doctor sonrió y me dijo que ya sabía que era una isla; había estado allí muchas veces. Pero debía visitarlo todas las semanas para supervisar la recuperación de mi pierna. No tuve más remedio que quedarme. Estaba triste pero resignado. Con la escayola y las varillas de metal en mi pierna, tampoco podía moverme mucho, y menos viajar en avión para regresar a casa.
De nuevo me quedé en la casa de la familia Coll y durante todo ese tiempo, aproveché para estudiar y leer.
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