Como os he contado anteriormente, la familia Coll estaba integrada por el matrimonio mayor y su hija Maribel.
Maribel siempre estaba pendiente de mí y me ayudaba en todo lo que necesitaba. Con el tiempo, cuando pude apoyar el pie, solíamos salir a pasear por los alrededores. Llegué a sentir algo especial por ella, como un estudiante que se enamora de su profesora. En una ocasión, se lo confesé, lo cual me causó mucha vergüenza. Existía una gran diferencia de edad entre nosotros (más de veinte años), así que cada vez que insistía, ella respondía que hablaríamos cuando yo fuese mayor.
Maribel tenía una peluquería en Barcelona. Aunque era para chicas, siempre que lo necesitaba, ella me cortaba el cabello y me decía que así estaba más atractivo. Su cabello era de color platino; yo deseaba tenerlo del mismo color, pero nunca lo permitió. En aquellos años, probablemente, me hubiesen visto con rareza y se habrían reído de mí.
Finalmente, llegó el día de volver a casa. Me quitaron las varillas metálicas de mi pierna (curiosamente esto no me dolió 🤔), pero dejaron la escayola, que llevaría durante varios meses más. Una vez en casa, retomé mis aficiones, aunque no podía hacer la mayoría de las cosas que me gustaban, como el voluntariado, fotografiar la naturaleza y otras actividades de las que disfrutaba. Visitaba a menudo el puesto de socorro de la Cruz Roja. Aún caminaba con muletas muy lentamente, pero deseaba saludar a mis compañeros y compañeras. Me preguntaban cómo me encontraba y yo deseaba recuperarme pronto y volver. Me sentaba en una silla de la cafetería y tomaba un refresco solo por estar cerca de ese ambiente que me gustaba tanto.
En una de esas ocasiones, una niña pequeña que estaba jugando en el patio me dio una patada en la pierna operada y me mandó de nuevo al hospital. Era la hija de uno de mis compañeros voluntarios, pero este no se disculpó ni se interesó por mi situación. Esto me hizo comprender que algunas personas no son mejores solo por participar en acciones humanitarias. En ocasiones, es solo una excusa para ocupar su tiempo y evitar el aburrimiento.
Afortunadamente, el golpe no causó un empeoramiento de la intervención.
De vez en cuando, solía pasear por el puerto donde instalaban puestos en los que las hippies vendían artículos que ellas mismas fabricaban, como pulseras, collares, figuritas de barro, de madera, piel y otras creaciones muy bonitas que, cuando tenía dinero suficiente, compraba alguna cosa y se lo mandaba a Maribel.
Ella me escribía semanalmente. En aquel entonces, sin WhatsApp ni similares, las opciones de comunicación se limitaban al teléfono fijo de casa, a una cabina de la calle o a escribir cartas. Como llamar por teléfono era muy caro, yo prefería escribir. A mamá no le gustaba nada este asunto; imaginad que yo aún era menor de edad y ese tipo de relaciones no eran bien vistas entonces. En otro capítulo, os contaré más detalles sobre mi relación con Maribel.
Unas semanas después, me quitaron la escayola y tuve que realizar rehabilitación, mi pierna estaba muy debilitada sin apenas fuerzas para sostener mi cuerpo. Estos días fueron muy difíciles, los ejercicios que tenía que realizar me provocaban bastante dolor.
Todas las intervenciones quirúrgicas y los meses prolongados con la escayola, me dejaron algunas secuelas que debilitaron mi pierna permanentemente, y es por este motivo, que hoy, necesito un bastón y un ayuda especial para mis ejercicios diarios. Con la rehabilitación recuperé algo de fuerza, era joven y mis deseos de no quedar atrás, me ayudó a seguir mi vida con cierta normalidad.
⬅️ Este soy yo durante uno de mis paseos por el campo. 😉
Tras todo ese proceso, regresé al taller metalúrgico, estaba feliz, aunque decidí no contarles a mis jefes que tendrían que operarme otra vez. Pensé que quizá me despedirían, pero fue un temor infundado, ya que siempre fueron muy comprensivos, especialmente mi jefe, Don Miguel Palau, y su esposa María.
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