
Llegó el día en que me quitaron la escayola. Me asusté al ver mi pie lleno de cicatrices; el doctor me tranquilizó, asegurándome que con el tiempo las heridas sanarían y apenas se notarían. Pero nunca desaparecieron; siguen ahí después de tantos años.

Después de quitarme la escayola, nuevamente tuve que hacer rehabilitación, la cual odiaba porque era muy dolorosa. No me quejaba mucho, ya que sabía que no serviría de nada. Las enfermeras, al saber que estaba solo y lejos de casa, me cuidaban mucho. Recuerdo especialmente a Cristina e Isabel, quienes me regalaron libros, cómics e incluso una radio FM.
Cristina e Isabel eran estudiantes de enfermería y se encontraban en el hospital realizando sus prácticas. Siempre las recordaré con mucho cariño y aprecio, ya que me acompañaron en esos momentos difíciles para mí. Antes de darme el alta hospitalaria, el doctor que me operó me prescribió una férula para proteger mi pierna (os la he dibujado para que os hagáis una idea de como son). Era necesario que me la hicieran a medida debido al estado de mi pierna, por lo que tuve que esperar unos días en el hospital. Así que un día vino un ortopedista para tomarme las medidas y me volvió a poner una escayola 😮. En ese momento pensé que ya no podría irme a casa, pero me dijo que no me preocupara:
—En unos minutos te la quito.

Días después me trajeron la férula. El ortopedista me la colocó y me preguntó si me molestaba. Le contesté que no, aunque una parte de ella me rozaba una de las heridas del pie. Realizó unas correcciones y encajó perfectamente. Entonces sacó de su bolsillo una factura con mi nombre por valor de 9.000 pesetas. En esos tiempos, eso era mucho dinero y yo no tenía nada; estaba solo en el hospital. Entonces dejó de ser simpático conmigo, llamó a Sor Juana por el teléfono de la habitación para preguntarle qué hacer. Sor Juana solo tardó tres minutos en llegar. Muy enfadada, me miró y preguntó:
—Si no tienes dinero, ¿por qué pides cosas?
Solo pude explicarle que yo no había pedido nada; la férula me la había prescrito el doctor que me intervino y nadie me dijo que tendría que pagarla.
—Entonces, ¿no tienes dinero?
—No —le respondí.
—Bien, entonces: cuando puedas pagarla, avisas —sentenció. Me quitó la férula de mi pierna y se la entregó al ortopedista que se fue sin preguntarme nada..
Cuando informaron de lo sucedido al doctor, vino a visitarme prometiendo arreglar el asunto, pero esto nunca ocurrió. Así que me quedé sin férula. Muchos años después, en otras revisiones, una doctora traumatóloga que revisaba mi evolución me dijo que la operación que me hicieron en el pie había fracasado, es decir, que no había tenido el efecto deseado por no haber usado la férula.

Pero no dejé que esto me entristeciera, paseaba por el hospital junto a mis nuevos compañeros y conversábamos sobre lo que haríamos cuando estuviéramos recuperados del todo. Al cabo de unos meses, cuando ya me encontraba en casa, Sor Juana escribió una carta pidiéndome perdón por todo. Me contaba que había regresado a su convento, donde era feliz. Me alegré sinceramente por ella.
Cuando me encuentro con personas que actúan como Sor Juana, siento tristeza, pero también sé que pueden cambiar y mejorar con el tiempo. No debemos sentenciar para siempre a las personas que nos han herido; pueden cambiar, y debemos saber perdonar.
En la foto podéis que me realizó Cristina, me podéis observar paseando por las terrazas del hospital, no estaba triste ni afectado.
Consejo para la vida
No dejéis que el miedo o la tristeza os dominen. Buscad la alegría y la esperanza en lo que hacéis cada día. Y, sobre todo, mantened siempre la fe y el amor, que son los que nos dan fuerzas para seguir adelante.
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