Es completamente natural llegar a una edad en la que empiezan a interesarte las chicas o los chicos. Quizás una persona especial entra en tu vida o, simplemente, alguien a quien antes no hacías caso, ahora es el centro de tus pensamientos. Como ya os he contado, este proceso tiene que ver con las hormonas, esos mensajeros químicos que juegan un papel crucial en nuestro cuerpo.
¿Os apetece saber la historia de mi primer amor? 💕
Yo era muy niño, concretamente en aquellos años en los que papá no estaba con nosotros, ¿os acordáis? Bien, en ocasiones solíamos recibir la visita de una vecina que venía acompañada de su hija, Pepa. Aunque era un poco mayor que yo, siempre la recuerdo con más altura. Cada vez que venía a casa, dejaba todo lo que estaba haciendo y me quedaba mirándola embobado. Así hasta que se marchaba con su mamá.
En una de esas visitas, su mamá, que ya se había dado cuenta de mi interés por Pepa, me preguntó:
— ¿Quieres casarte con Pepa?
Respondí que sí, moviendo tímidamente mi cabeza afirmativamente, y todas rieron. Sentí un poco de vergüenza, pero seguí observándola hasta que se marchó. Pepa también era una niña como yo, así que mi interés por ella solo podía tratarse de un amor inocente, y si queréis que os diga la verdad, no recuerdo haber mantenido ninguna conversación con ella; yo solo la observaba. Sin embargo, este primer amor quedó grabado para siempre en mi memoria.
Años después, ya en Eivissa y con dieciséis años, me enamoré de María, una chica que pasaba todos los días por la puerta del taller metalúrgico donde yo trabajaba. Al igual que con Pepa, solo la miraba hasta que desaparecía de mi vista. Todos los días eran lo mismo: miraba el reloj y esperaba ansiosamente a que pasara por la puerta a las 8:45 de la mañana.
Al acercarse a la puerta, parecía reducir su paso, quizás consciente de que yo la observaba cada día. Eran solo unos instantes, pero mi corazón latía como un coche de carreras. Ella sonreía en cada ocasión, y esa breve expresión iluminaba mi día. Una noche soñé con ella: compartíamos un hogar, llevábamos una vida sencilla y éramos felices juntos. Solo eso, pero fue un sueño muy intenso que nunca he olvidado y recuerdo frecuentemente.
Mi jefe se dio cuenta de ello, pues todas las mañanas dejaba lo que estaba haciendo y me dirigía a la puerta a espera a María. En una ocasión, me dijo medio enfadado:
—¡Lluís! (así solía llamarme), ¡no seas tonto y dile algo de una vez! 😠
Entonces me percaté de que lo que yo creía un secreto era conocido por todos mis compañeros del taller. Sentí mucha vergüenza y un poco de estupidez, especialmente cuando tanto mi jefe como mis compañeros se rieron un buen rato de mí. 😳
Un día, decidí comprarle un colgante en el puerto, donde las hippies de Eivissa instalaban sus puestos de artesanía. Quería regalárselo en uno de esos momentos en que ella pasaba por la puerta del taller. Deseaba hacerlo discretamente, sin que mis compañeros se dieran cuenta de mis intenciones (no deseaba que nuevamente se rieran de mi). Sin embargo, no encontraba el momento adecuado; me sentía observado todos los días. Pero una mañana, decidí no esperar más. Me armé de valor, recogí el regalo de mi taquilla que había envuelto cuidadosamente en papel bonito y me acerqué a la puerta justo cuando María pasaba por delante. Extendí mi mano para entregárselo sin pronunciar palabra alguna. María me miró a los ojos y no hizo ademán de recogerlo; simplemente me miró, sonrió y siguió su camino.
Yo me quedé allí, plantado, medio atontado, sin saber qué hacer, volver al taller o irme a casa. De pronto, oí a mis compañeros reír a carcajadas y volví a la realidad. 🤣😠. Así que entré de nuevo al taller y me puse a trabajar, medio escondido, realizando los trabajos pendientes sin llamar mucho la atención. Allí me quedé toda la mañana, sin decir una palabra.
Años después, ella se casó con un amigo y aunque hemos coincido en alguna ocasión por alguna calle de la Isla, nunca hemos cruzado palabra.
Este primer amor adolescente con María me enseñó una lección fundamental: no dejar que el miedo al rechazo o la vergüenza te impida actuar. Durante mucho tiempo, observé a María pasar por la puerta del taller, guardando en silencio mis sentimientos por ella. Cuando finalmente reuní el valor para hacer un gesto significativo, no fui capaz de expresar lo que realmente sentía.
En la vida, expresar nuestros sentimientos y tomar decisiones valientes es crucial, incluso cuando nos sentimos vulnerables o tememos el rechazo. Con el tiempo, descubrimos que lo verdaderamente valioso es mantenernos fieles a nosotros mismos y a nuestros sentimientos. Es preferible correr riesgos y hablar con el corazón. 💖
Os quiero.
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