
Ya os conté sobre mis sentimientos por Maribel en Barcelona. En esa ocasión, yo tenía más edad y era más consciente de lo que sentía por ella. Sin embargo, todas las circunstancias se pusieron en contra y la presión fue tan fuerte que, como adolescente de apenas dieciocho años, introvertido y sin experiencia, no fui capaz de superarla. Durante mucho tiempo estuve molesto y dolido con todo el mundo. En una foto que me hizo un amigo por aquellos días, mientras escribía una carta a Maribel en el parque, podéis observar lo enfadado con todo el mundo que me encontraba.
¡Así todo el tiempo! 😠

Maribel me regaló un libro con sus iniciales que borré por miedo a que mamá se enfadara más de lo que ya estaba. Sé que hice mal, pero en aquellos años no había aprendido tantas cosas como ahora. Aunque aún conservo ese libro, cada vez que lo tengo en mis manos siento una profunda nostalgia. (La nostalgia es un sentimiento de pena y añoranza).
Maribel solía enviarme una carta semanal que esperaba con ilusión. En ocasiones, entre sus páginas de color amarillo, incluía flores y hojas secas que guardaba como un tesoro. Leía y releía esa correspondencia una y otra vez. Mi madre desconfiaba y creo que a veces las leía cuando yo no me encontraba en casa (ya os escribí anteriormente que esta relación no era bien vista por mi familia debido a nuestra diferencia de edad). Para protegerlas, pedí a un amigo que las guardara en su casa. Tiempo después, cuando intenté recuperarlas, me dijo que las había quemado porque no sabía qué hacer con ellas. Me enfadé mucho y sentí una profunda tristeza, pero ya no se podía hacer nada.
Con el tiempo, no sé bien la razón, dejé de responder a las cartas de Maribel, y aunque nunca la he olvidado, la vida fue colocando las cosas en su lugar. Hoy, después de tantos años, sigo acordándome de su rostro, su cabello plateado, de su sonrisa y del amor que sentí por ella. Recuerdo nuestras conversaciones, sus consejos y la forma en que su risa podía alegrar incluso mis días más dolorosos en el hospital. Aprendí que, a veces, el tiempo y la distancia no borran los sentimientos, sino que los transforman en recuerdos duraderos.
“Es importante luchar por aquello en lo que crees y amas. En ocasiones no será fácil, muchas veces te faltarán las fuerzas y los ánimos necesarios, pero igual que los delfines, no debemos hundirnos sin intentar al menos superar las olas”.

Después de Maribel conocí a otras chicas de las que guardo buenos momentos, recuerdo cada uno de sus nombres y sus rostros, nunca los he olvidado. Eso sí, mi timidez me hacía sentir muy incómodo y nervioso cuando conocía a una chica, me costaba expresar lo que sentía, como me ocurrió con María. También es verdad que no era el típico joven al que le gustaba bailar, ir a la discoteca todos los sábados, ni estar mucho tiempo en la playa, solo el suficiente para hacer fotos de atardeceres. Y aunque no me consideraba muy feo ni desagradable, reconozco que era un poco aburrido.
Pero atención:
“Solo me pasaba con las chicas; en todo lo demás ya sabéis que era bastante valiente”. 😏
En cambio, me gustaba escribir cartas y se me daba muy bien. La escritura era mi forma de expresarme, de conectar con mis sentimientos y de compartirlos. Luego, conocí a vuestra abuela y las cosas cambiaron para siempre para mí. Con ella, descubrí que la vida es más llevadera cuando tienes a alguien a tu lado con quien compartirla.

Reflexionando sobre todas estas experiencias, me doy cuenta de que cada momento vivido, cada sonrisa y cada lágrima, han contribuido a formar la persona que soy hoy. A veces, la vida no se desarrolla como uno desea, pero cada paso, cada decisión y cada encuentro tienen su razón de ser. Al final, lo más importante es seguir adelante, aprender de cada experiencia y mantener siempre la esperanza de encontrar lo que buscamos. Y así, en este viaje llamado vida, siempre hay espacio para nuevos comienzos y para el amor verdadero que, cuando llega, transforma todo.
En el próximo capítulo os contaré como conocí a la abuela.
Deja una respuesta