Un día de 1982, recibí una carta desde Granada escrita por una chica desconocida para mí. En ella, me pedía información sobre mi hermano, a quien había conocido meses atrás durante su servicio militar en esa ciudad. Mi hermano, a diferencia de mí, no era tímido; todo lo contrario, causaba sufrimiento a muchas chicas enamoradas de él. La historia de esa carta está relacionada con eso. Estas cosas suceden a veces, especialmente cuando eres joven y tus hormonas están revueltas. Un día te encuentras con alguien que te parece especial, pero quizás no signifiques lo mismo para esa persona.
“Es un proceso doloroso del que debes recuperarte, pero te da fuerza y sabiduría”.
Después de esa primera carta y mi respuesta posterior, nos escribimos muchas más. Durante unos meses, intercambiamos una carta semanal; en ellas, compartíamos nuestras vidas y nos enviábamos fotos. Me sentía muy cómodo y feliz con este tipo de relación. Hoy en día casi nadie escribe cartas, pero en esos años era lo normal. Ahora tenemos redes sociales y no necesitamos esperar una semana para tener noticias de nuestros seres queridos. Pero antes, solo teníamos la correspondencia o el teléfono.
Cuando escribes una carta a la persona que amas, tus pensamientos están centrados en ella. Expresas tus sentimientos con el corazón, redactas poesías y deseas mostrar lo mejor de ti.
“Nada es más bonito y emocionante que una carta de amor”. Esperas con ilusión la respuesta y buscas mensajes de esperanza en ellas.
Sé que ahora os parecerá muy cursi y aburrido, pero esperad a tener más de catorce años; veréis cómo cambia vuestra opinión. Mientras llega ese momento, os recomiendo practicar la escritura para desarrollar vuestra mente y habilidades. Si lo hacéis bien, no solo podréis expresar mejor vuestras ideas y sentimientos, también a tocar el corazón de las personas a las que queréis.
Pero volvamos a la historia de la abuela. Como mencioné antes, también podíamos hablar por teléfono, pero llamar a otra provincia era caro y requería usar las cabinas telefónicas, que estaban en plazas y avenidas. Era necesario tener paciencia y muchas monedas, ya que las colas eran comunes. Yo tenía mucha paciencia y esperaba el tiempo que fuera necesario, aunque sabía que las personas que estaban detrás de mí también tendrían que esperar bastante. 🤣
Después de más de cien cartas y cientos de llamadas telefónicas, forjamos una profunda amistad que luego se convirtió en amor mutuo. Mi expresión habitualmente enfadada se volvió feliz (como podéis ver en la foto de aquella época).
Se nota que estoy más contento, ¿verdad? 😊
Después de un año de correspondencia, decidí viajar a Granada para conocerla en persona. Tomé un barco desde Eivissa hasta Barcelona y luego un tren hasta Granada. Aunque el viaje fue agotador y duró muchas horas, no podía dejar de pensar en el encuentro.
Me sentía muy cansado y algo nervioso: ¿Y si no le gusto cuando me vea?, me pregunté varias veces. Llegamos a la estación de Granada alrededor de las ocho de la mañana. Bajé del vagón nervioso y me dirigí hacia la salida. Caminé unos pasos hasta la acera de la calle, donde la vi de pie, con un vestido largo, mirándome fijamente, sin moverse ni hacer señales.
Me acerqué y le pregunté: ¿Eres tú? Ella respondió: NO 😮. En ese momento, me invadieron cientos de pensamientos que me causaron mucha desesperación y angustia. Primero pensé: Bueno, quizás me he equivocado. También consideré que, aunque no soy feo, mi pierna había empeorado un poco después de las operaciones y mi cojera era más evidente, tal vez eso no le gustara.
No sé…, mil cosas.
Quizás vestía demasiado informal; sabéis que yo era algo hippie y llevaba unos pantalones multi-bolsillos que, aunque estaban de moda en Eivissa, en otros lugares podrían parecer raros: ¿Le habrá disgustado mi forma de vestir? Todas estas ideas me invadieron durante unos segundos hasta que decidí regresar a la estación.
Me dije: “Quizás aún pueda tomar el mismo tren de vuelta a casa”. Pero de repente, cuando ya estaba dando pasos hacia la estación, escuché su voz: “Sí, soy yo”. Nunca me explicó por qué negó ser ella cuando se lo pregunté, no estaba segura. Supongo que fue por los nervios y la sorpresa del primer encuentro. Pero os digo sinceramente: ¡Ese fue un momento que nunca olvidaré!
A partir de entonces, todo fue maravilloso. Pasamos una semana compartiendo momentos, paseando por la hermosa ciudad de Granada. Conocí a sus padres, quienes al principio no me vieron con buenos ojos. Era natural, venía de un lugar con costumbres muy diferentes, y no solo se notaba en mi forma de vestir, sino también en mi forma de expresarme y comportarme.
Su padre (vuestro bisabuelo) me advirtió sobre mis intenciones con su hija. Pronto comprendí que las cosas no serían fáciles en un entorno cultural tan diferente al que yo estaba acostumbrado.
Esa semana fue quizás una de las más felices de mi vida, y por eso, partí de Granada con mucha tristeza, pero con la firme intención de fortalecer nuestra relación. Y así fue; un año después nos casamos.
Esta experiencia me enseñó que el amor trasciende las barreras físicas y culturales. Aprendí que la paciencia, la comunicación y el esfuerzo por comprender y adaptarse son fundamentales para mantener una relación duradera. A través de las cartas y los encuentros, descubrí la importancia de expresar los sentimientos con sinceridad y de valorar cada momento compartido.
Leed libros de poesía; en ellos se expresan las palabras más hermosas que se pueden dedicar a otra persona. Poetas como Gabriel Celaya, José Hierro, Unamuno, Rafael Alberti o García Lorca os ayudarán a aclarar vuestros sentimientos y emociones.
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