Existen momentos en la vida que suponen un cambio radical. Uno de ellos es el nacimiento de tus hijas e hijos. Este cambio puede ser positivo o negativo, según tus deseos y preparación para asumir esta gran responsabilidad. Es importante respetar que no todas las personas quieren tener descendencia, pues cada cual tiene sus razones y toma sus propias decisiones.
No importa si tus hijas son biológicas o adoptadas: la responsabilidad es la misma y necesitan el mismo cuidado y amor.
La abuela tenía 22 años y yo 26 cuando nació nuestra primera hija. A pesar de nuestra juventud, afrontamos el reto con ilusión, aunque he de confesar que esos momentos los asumes con cierta preocupación, pues no sabes lo que le deparará el futuro. En el hospital, al observarla por primera vez, sentí algo especial; mi vida adquirió un nuevo significado. Estoy seguro de que todas las mamás y papás experimentan lo mismo con el nacimiento de sus hijas. Allí estaba, junto a su mamá, frágil, arrugada y con su carita estresada por el parto.
No sé cómo describir todos los sentimientos y emociones que me llenaron por completo esos instantes, pero sin duda, fue uno de los momentos más importantes de mi vida. Al año siguiente, nació nuestro segundo hijo, y los sentimientos se duplicaron. Cuando nacen tus hijas, mil pensamientos te desbordan, te reconoces en ellas y recuerdas aquellos momentos en los que, con tu mamá y papá, viviste mil aventuras. Deseas evitarles todos los males y temes fallar en tu intento de protección.
Procuras no repetir los errores de tus padres, pero no es fácil. Das lo mejor de ti para ser una buena mamá o papá, aunque es inevitable equivocarse muchas veces.
A medida que van creciendo, celebras cada paso que dan, cada palabra que aprenden, y cada llanto y risa son fuentes de aprendizaje también para ti. Un día, después de algunos años, emprenden su propio camino y se alejan. Son momentos tristes que afectan a muchas mamás y papás; las psicólogas lo llaman el síndrome del nido vacío. Debéis saber que esto forma parte de la vida, debemos aceptarlo y alegrarnos, pues desde ese momento, comienza una maravillosa aventura para ellas.
Celebrad con amor los años felices compartidos, momentos inolvidables que quedarán para siempre en la memoria.
En nuestra experiencia como padres, nos enfrentamos a decisiones importantes sobre la educación y socialización de nuestras hijas. Ya conocéis que siempre he tenido valores y convicciones muy sólidas, y he procurado ser consecuente con ellas. Por ello, la abuela y yo acordamos algunos aspectos de su educación. Una de las primeras decisiones que tomamos fue no bautizarlas según rito religioso alguno. Nos pareció injusto imponerles una creencia que desconocían. Ya tendrán tiempo, cuando sean mayores y tengan la capacidad de razonar para elegir su propia fe, y nosotras las apoyaremos. Os he contado que, durante una etapa de mi vida, me interesó el estudio de las religiones, lo cual me permitió comprender y respetar las razones por las que millones de personas se acercan a ellas y confían en sus postulados (un postulado es una proposición cuya verdad se admite sin pruebas).
Las religiones son sistemas de creencias y prácticas que los seres humanos utilizan para dar sentido a sus vidas y encontrar respuestas a preguntas trascendentales. Debéis saber que estas creencias establecen normas morales que guían a sus seguidores en la percepción de lo que es bueno y correcto. Además, les indican cómo deben relacionarse con lo divino. Cuando las mamás y papás son creyentes, procuran transmitir todas estas cosas. Pero cuando no lo son, deben inculcar valores que permitan el desarrollo de cualidades socialmente responsables.
Ser socialmente responsable significa cuidar de las personas y del planeta, y hacer lo que está bien, aunque no siempre sea fácil.
También es pensar en cómo nuestros actos afectan a los demás y a la naturaleza. Os pongo algunos ejemplos de ser socialmente responsable:
- Ser honesta y justa con todas las personas;
- Reciclar y ahorrar agua y energía;
- Ayudar a mamá y a papá, a tus hermanas y a tus abuelos;
- Respetar las normas de convivencia y no pelear ni insultar;
- Aprender cosas nuevas y compartirlas; compartir tus juguetes y tu ropa con otros niños que los necesiten.
Como veis, ser socialmente responsable nos hace ser mejores personas y sentirnos bien con nosotras mismas y con los demás.
Otra cosa que decidimos es no perforar las orejitas de nuestra hija para ponerle pendientes. Esta práctica tiene diversas razones culturales y tradicionales. En ocasiones, es parte de la identidad cultural, religiosa o de género y, en otras, una cuestión estética. Estas razones no son ni buenas ni malas, pero casi siempre se basan en tradiciones familiares transmitidas de generación en generación. Nosotras no quisimos seguir con esa tradición.
Estas decisiones rompen con lo establecido y no siempre son fáciles de adoptar. No bautizar a tus hijas, no asistir a clases de religión ni a la iglesia, no hacer la primera comunión, no llevar pendientes y no seguir algunas tradiciones culturales muy arraigadas en lugares pequeños, pueden causar problemas no solo a las madres y padres, sino también a las hijas. Por estas razones, es fundamental explicarlas con razonamientos sensatos y muestras de amor.
Hoy, nuestra hija e hijo pueden elegir, y así lo han hecho.
Cada persona debe ser libre para trazarse sus metas. Nadie debe imponérselas. Son los retos los que te permiten descubrir poco a poco tus capacidades y también tus limitaciones.
En conclusión, ser madre o padre es un viaje lleno de retos, alegrías y aprendizajes constantes. Cada decisión que tomamos afecta a nuestras hijas, y aunque no siempre será fácil, el amor y la responsabilidad nos guiarán para ser los mejores papás y mamás que podemos ser.
En el próximo capítulo os cuento más cosas.
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