
En pocos años, la Oficina de Cruz Roja se transformó en un importante agente de intervención socio humanitaria. Al principio, no éramos muchas personas colaborando, pero con el tiempo más de cien voluntarias y voluntarios se inscribieron para participar en todos sus planes de intervención de ayuda humanitaria. Con el tiempo pudimos contratar a trabajadoras sociales, psicólogas, administrativas, educadoras y otras personas especialistas en trabajo humanitario. Construimos un puesto de socorro donde los chicos que lo deseaban podían cumplir su servicio obligatorio (ya no tenían que saludarme estilo militar, simplemente me llamaban por mi nombre), además, muchos objetores de conciencia realizaban sus servicios humanitarios prestando servicios de auxilio en carretera o en los distintos departamentos sociales.

Los objetores de conciencia eran aquellas personas que no deseaban realizar el servicio militar, pues no compartían sus valores, especialmente relacionados con las armas.
Compramos una ambulancia, botiquines y material de salvamento para atender a personas que sufrían accidentes en la carretera, o se encontraban enfermas y necesitaban ser transportadas al hospital. Pero además de estos servicios de socorro, también desarrollábamos acciones sociales como el reparto de alimentos (el primer año conseguimos repartir más de 4 toneladas), prestábamos ayudas económicas y asistíamos a personas mayores y con discapacidades.
Creamos una escuela de formación donde impartíamos cursos de primeros auxilios, capacitación sanitaria, atención social y jornadas sociosanitarias.

Las voluntarias y voluntarios más jóvenes también participaban en actividades medioambientales y en talleres de nuestra delegación de Cruz Roja de la Juventud. Este fue uno de mis sueños hechos realidad (ya conocéis mi conciencia medioambiental), y mi amigo Sergio, al que llamábamos «Chencho», fue una parte muy importante de esto. Sergio falleció hace algunos años debido a una enfermedad grave, y aunque nos dolió mucho su partida, siempre lo llevaremos en nuestros recuerdos. Cuando recordamos a las personas que amamos, ellos siguen vivos en nuestros corazones.
La amistad y el cariño no se acaban con la distancia o el tiempo; al contrario, los recuerdos y las cosas buenas que compartimos con ellos nos acompañan siempre. Aunque no estén físicamente con nosotras, su espíritu sigue presente en los momentos que vivimos y en los recuerdos que guardamos.
Todo ello representó una tarea complicada y difícil, ya que requería mucho trabajo y dedicación, pero no me arrepentí de nada. Era feliz por poder participar en estas acciones y ayudar a tantas personas, aunque debo reconoceros que también me causó pérdidas dolorosas que quizás más adelante os cuente.
Recordaba años atrás cuando los jefes de Cruz Roja deseaban expulsarme por quejarme de las cosas que consideraba injustas. ¿Os acordáis? Ahora yo era el presidente de una oficina de Cruz Roja importante y podía trabajar por mejorar todo aquello que consideraba relevante. Durante más de treinta años, siempre trabajé como voluntario. Nunca cobré ningún tipo de remuneración por ello(prestaciones económicas), a pesar de la gran responsabilidad que adquirí.

Distintas circunstancias dolorosas en mi vida me motivaron a dejar mis responsabilidades en la institución. Mi salud también empeoraba y necesitaba desconectar de tanta presión y trabajo. Seguí colaborando como docente, impartiendo formación de Derechos Humanos y Educación para el Desarrollo, pero esta vez desde casa mediante un Campus virtual de enseñanza de una Universidad que colaboraba con Cruz Roja. Contaba con mucha experiencia en esos ámbitos, además, dominaba bastante bien la informática.
Durante esos años, me solicitaron ayuda para colaborar con otras iniciativas humanitarias, y lo hice (nunca me he negado a prestar asistencia a quienes me lo solicitaba). Participé en la creación de otras asociaciones sociales de apoyo a madres y padres en institutos, de auxilio en carretera, atención a personas con discapacidades, incluso en la asociación musical donde participaban Patricia y Daniel.
Tras tantos años de compromiso social y humanitario, recibí algunos reconocimientos y distinciones por parte de las administraciones locales y provinciales, pero esto no fue importante para mí. No deseaba ningún tipo de agradecimiento por mi vocación social que, en muchas ocasiones, me reportó tristeza por no poder atender algunas situaciones graves, además de un fuerte desgaste emocional. Una faceta más de mi vida que, no habría sido posible sin la ayuda y compañía de cientos de personas a los que destiné esas distinciones, pues yo solo era un eslabón en la cadena humanitaria.

Tras estos años, aprendí una importante lección de vida:
Nuestras acciones afectan a los demás, los inspiran y nos convierten en ejemplos confiables.
Cuando alguien os solicite ayuda, no respondáis: “Vale, déjame pensarlo” si en realidad no tenéis intención de ayudar. Ello es generar falsas expectativas y hacerle perder el tiempo. Lo mejor es ser sinceras desde el principio y decir que no podéis prestarle atención. Así, la persona podrá buscar otras alternativas y no perderá la esperanza. Este es un importante principio que debemos aprender y practicar, ya que nunca sabemos cuándo seremos nosotras quienes necesitemos ayuda.
Deja una respuesta