Desde muy joven, me mantuve activo en diversas causas en las que creía que podría ayudar: trabajos humanitarios, sociales, sindicales, de protección del medio ambiente y cuestiones políticas. Ya conocéis que el abuelo era muy participativo en este sentido y procuraba conciliar estos compromisos con mis responsabilidades familiares y laborales. Estos compromisos estaban relacionados con los valores y principios que todas compartimos.
Estas cualidades nos orientan para tomar decisiones correctas en la vida.
Los valores se adquieren a través de la educación, y son transmitidos por nuestras madres, padres, abuelas y abuelos, así como por aquellas personas que son un ejemplo positivo para nosotras. Ejemplos de valores son la amabilidad, el respeto, la generosidad, la honestidad y la responsabilidad. Los principios nos ayudan a practicar esos valores con los demás. Son reglas como, por ejemplo, “No mentir a nadie”. Es un buen principio, ¿verdad?
Tener valores nos permite relacionarnos adecuadamente con las demás personas y nos ayuda a actuar en las diversas situaciones de la vida, ya sea en casa, en el colegio, en el cine o en la calle.
Uno de mis valores más importantes es el compromiso con los demás, especialmente con las personas más vulnerables, que son aquellas que están expuestas o desprotegidas ante cualquier peligro o riesgo. El principio que aplico para llevar a la práctica este valor es:
El compromiso sin una acción consecuente es inútil. Así pues, el compromiso verdadero no está en lo que decimos ni en lo que pensamos, sino en lo que hacemos.
Mis valores y principios siempre arraigados profundamente, y cuando llegué a Granada, algo muy dentro de mí me motivaba a seguir con mis actividades humanitarias y sociales. Aunque en esta ciudad, todo me resultaba nuevo y desconocido, no me dejé vencer por el temor. Sabía que esta no era una excusa suficiente para cruzarme de brazos, por ello, decidí contactar con la oficina principal de Cruz Roja e inscribirme nuevamente como voluntario.
Cruz Roja Española había iniciado su proceso de democratización a finales de los años 70, que se consolidó en la década de los 80, en paralelo con la transición democrática de España. Entre los cambios más significativos, se eliminó la estructura paramilitar, lo que supuso la desaparición de rangos como cabos, sargentos y capitanes, y con ello la necesidad de saludos militares. También se estableció un sistema de elecciones democráticas, permitiendo que cualquier voluntaria pudiera presentarse a la presidencia.
En 1977 se aprobaron nuevos estatutos y reglamentos adaptados al contexto democrático, y en 1982 se realizaron reformas adicionales para asegurar una participación activa de los voluntarios en la toma de decisiones. Además, se actualizaron los emblemas y uniformes para reflejar los valores humanitarios y la nueva identidad democrática de la organización.
Yo estaba feliz con estos cambios, convencido de que no solo modernizarían la institución, sino que también promoverían una gestión más abierta, participativa y transparente en la Cruz Roja Española. Al igual que en el proceso político de transición democrática, hubo quienes no aceptaron estos cambios y se opusieron a ellos, pero eran inevitables. La gran mayoría de los voluntarios y voluntarias nos esforzamos al máximo para consolidarlos.
Por estos motivos, acepté con ilusión la propuesta del presidente provincial de Cruz Roja en Granada (ya en un marco democrático) para fundar una oficina territorial en una importante ciudad del área metropolitana de Granada.
Durante varios meses, mantuve reuniones con distintos alcaldes y personas influyentes en los ámbitos de sanidad, socorros y servicios sociales. En 1989 se creó la Junta Gestora, y en noviembre de 1990 se constituyó como una Oficina Territorial plenamente operativa. Desde el inicio, me ocupé de que fuera un verdadero instrumento de ayuda humanitaria para quienes más lo necesitaban.
En el próximo capítulo, os contaré más cosas. 😘
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