Poseía experiencia y conocimientos adquiridos con la práctica social de mis compromisos humanitarios, pero consideré que no eran suficientes. Ya sabéis que siempre me ha gustado estudiar y, por ello, decidí ingresar en la universidad. Mis estudios en el Instituto Politécnico no tenían nada que ver con la intervención social ni con el trabajo en el Centro de Salud. Es cierto que realicé muchos cursos de formación especializada, algunos de ellos muy complejos y difíciles, pero pensé que la formación universitaria me permitiría adquirir conocimientos más profundos y extensos, así como nuevas perspectivas e ideas.
Durante un año preparé la prueba de admisión a la universidad. No fue fácil, pues algunas materias eran nuevas para mí o las había estudiado hacía muchos años y no me sentía preparado. Pero compré libros especializados y me presenté al examen. Lo aprobé.
La prueba de acceso me permitía acceder a varias disciplinas académicas, pero no estaba seguro por cuál de ellas decantarme. Quizás Trabajo Social, Psicología, Magisterio, Educación Social y otras cercanas a la asistencia a las personas vulnerables. Para obtener una perspectiva más clara, visité varias facultades y me entrevisté con algunas profesoras y profesores para que me aconsejaran. Todas me recomendaron que orientara los estudios a mi vocación humanitaria, y quizás la opción más próxima era estudiar Educación Social, pues integraba una buena parte de conocimientos psicológicos, pedagogía social, trabajo con colectivos vulnerables, juventud, personas mayores, etc.
Debéis saber que el trabajo de las educadoras y educadores sociales es fundamental en la intervención social y reparadora. Desempeñan un papel muy importante en el apoyo a personas y comunidades. Para que os hagáis una idea, aquí tenéis algunas de sus funciones principales:
- Intervención Social: Abordar problemas como la exclusión social y las adicciones.
- Educación y Capacitación: Facilitar el aprendizaje y el desarrollo de habilidades.
- Mediación y Resolución de Conflictos: Actuar como intermediarias en conflictos familiares o comunitarios.
- Coordinación y Colaboración: Trabajar con otras profesionales y organizaciones.
- Promoción de Derechos y Justicia Social: Defender los derechos y fomentar la inclusión.
- Adaptación Cultural y Social: Respetar y adaptarse a diferentes culturas y contextos.
Ya sabéis que, desde joven, realizaba estas tareas en las instituciones con las que colaboraba, así que me identifiqué rápidamente con este grado universitario. Me matriculé en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada para iniciar mis estudios.
En la facultad, era el estudiante de mayor edad (contaba con 52 años). Al principio, me sentí un poco desubicado, pues todas mis compañeras y compañeros eran mucho más jóvenes y pensé que quizá no podría seguir su ritmo. Pero no fue así. A pesar de que me observaban con extrañeza, demostré que, aunque era mayor, aportaba experiencias de vida y conocimientos que solo se adquieren con los años. No sufrí prejuicios por la edad, así que pude compartir clases con mis compañeras y compañeros sin problemas, lo cual fue muy gratificante. Además, cuando me conocieron un poco más, pudimos realizar actividades grupales que gustaron mucho a nuestras profesoras. Mis experiencias previas fueron de gran utilidad.
Adaptarme a las clases diarias fue un desafío, pues tenía otras responsabilidades y graves problemas personales que me entristecían y desanimaban. Pero organicé mi tiempo e intenté superar las dificultades.
Mi horario de trabajo en el Centro de Salud se iniciaba a las ocho de la mañana y finalizaba a las tres de la tarde. Las clases comenzaban a las cuatro, así que tenía el tiempo justo para llegar. Muchos días no podía detenerme a almorzar, así que procuraba tener preparado un bocadillo para tomarlo por el camino.
Algunos días podía tomar una mejor comida en la cafetería de la facultad. Allí, las personas que atendían siempre fueron simpáticas y amables conmigo.
Por las noches y los fines de semana, atendía mis responsabilidades en Cruz Roja. Así pasaron cuatro años en los que tuve que estudiar mucho, especialmente en épocas de exámenes. Para ello, aprovechaba cualquier descanso que tuviese en mi trabajo, los fines de semana, las madrugadas y el periodo de vacaciones. Además, en la biblioteca de la facultad podía encontrar todos los libros que necesitaba.
No falté ningún día a clase.
Algunas asignaturas me resultaron complicadas, pero con determinación y esfuerzo logré superarlas. Durante los cuatro años, suspendí dos materias debido a su complejidad, pero con dedicación conseguí aprobarlas en la segunda convocatoria en septiembre. Obtuve matrículas de honor en las asignaturas vinculadas a mis actividades sociales y numerosos sobresalientes. Recibí felicitaciones por estos logros.
Fue en esa época cuando tuve la lesión en mi pie con polio (ya os lo conté en un capítulo anterior), así que durante más de un año tuve que asistir a clase con dos muletas de apoyo, lo que incrementaba la presión que ya tenía por mis especiales circunstancias, pero no desfallecí y seguí adelante.
En la facultad me encontré con varias compañeras con graves problemas y no podía cruzarme de brazos, ya sabéis lo que opino sobre estas cuestiones: “Si puedes ayudar, ayuda, quizás tú seas su última esperanza”.
En el próximo capítulo os lo cuento.
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