Parecía que las operaciones habían llegado a su fin para mí, pero tuve que someterme a dos intervenciones más. Estas operaciones fueron bastante dolorosas. En una de ellas, la anestesia no me hizo efecto. Se lo dije a la cirujana, así que optó por anestesiarme por completo. “No te preocupes, también soy anestesista”, me respondió, y otra vez me quedé dormido en unos pocos segundos.
Tras la intervención me sentí un poco triste, pero pensé: “Bueno, ya estoy acostumbrado”, y me dije a mí mismo: ¡ánimo!
Como os escribí en el primer capítulo de esta historia, a veces la vida no siempre está llena de alegrías; en ocasiones, suceden cosas dolorosas que nos afectan mucho y nos llevan a la tristeza. Pero también puede ocurrir que no tengamos ninguna razón concreta para sentirnos decaídos. En todo caso, todo depende de cómo afrontemos los problemas. Quizás por la mañana nos levantamos de la cama y nos sentimos sin ganas de hacer nada. Si esta tristeza y desgana se repite durante muchos días, siempre os recomendaré que visitéis a un especialista en salud mental para que evalúe una posible patología.
La patología es el estudio de las enfermedades. Las doctoras buscan pistas para encontrar las causas de una enfermedad, como lo hace una detective. Si no encuentran ninguna en nosotras, entonces debemos poner todo de nuestra parte, por ejemplo, intentar sonreír nada más despertarnos, como hace el abuelo. Esto me ayuda casi siempre; es como tomarse la vida con optimismo, observando el lado positivo de la vida. En ocasiones es difícil, pero recordad que nuestra vida nos pertenece y somos responsables de cuidarnos e intentar ser felices.
La mayoría de las veces lo que nos sucede no responde a una enfermedad grave; en ocasiones, los cambios hormonales pueden provocar alguna alteración en nuestro estado de ánimo. ¿Os acordáis cuando os escribí sobre los efectos de las hormonas? También es posible que tengamos alguna carencia de vitaminas o quizás, un simple resfriado. 🙄
Recordad una de mis frases favoritas: Si no lo hacemos nosotras, ¿quién lo hará?. Este principio también nos ayuda a cuidarnos.
Muchas personas creen que para ser felices necesitan cosas materiales, dinero, fama, poder y una buena posición social. Yo nunca he buscado estas cosas y, como nunca han sido importantes para mí, no puedo echarlas de menos y por lo tanto, no las necesito para ser feliz.
Aunque aún no soy tan mayor, es cierto que debido al síndrome post-polio (una secuela de mi enfermedad), percibo cómo mi cuerpo se va haciendo más pequeño y mi caminar más lento. Pero esto no me impide pensar y soñar con un mundo mejor. Por esta razón, en mi trabajo como educador social, aporto toda mi motivación, conocimientos y experiencias para ayudar a quienes se encuentran en dificultad. Procuro estar presente en las vidas de las demás personas y no huyo cuando alguien me solicita ayuda. En muchos casos, solo necesitan ser escuchadas o un simple abrazo.
Sigo aprendiendo de las personas sencillas y de las cosas que me suceden a diario, como disfrutar de la naturaleza, leer libros y pensar en vosotras.
Deja una respuesta