Hoy deseo escribiros sobre una cualidad humana que he procurado cultivar desde prácticamente toda mi vida: la empatía.
La empatía es la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de comprender sus emociones y perspectivas. Cuando trabajas ayudando a las demás personas (en mi caso, ya sabéis que soy educador social), esta habilidad es una herramienta imprescindible. Sabed que la empatía no solo consiste en escuchar, sino en conectar genuinamente con la realidad de quienes compartimos espacios y tiempo.
En mi día a día, la empatía me permite comprender los sentimientos de las chicas y chicos residenciados en el Centro de Protección en el que trabajo. Soy consciente de que han pasado por experiencias difíciles, y es imprescindible crear un espacio seguro donde puedan expresarse sin miedo.
Trabajar en un Centro de Protección de Menores implica enfrentarse a historias de vida complejas, llenas de retos, pero también de potencial, crecimiento y resiliencia. Aquí, cada menor tiene una historia única, y para acompañarlos de manera efectiva, los escucho sin juzgar, los observo con atención e intento demostrarles que cada emoción y pensamiento que comparten me importa. Alguna vez, cuando un adolescente llega al centro con una actitud desafiante, miro más allá de su comportamiento y suelo preguntarme la razón detrás de esa conducta. En la mayoría de las ocasiones, esto me ayuda a dar una respuesta más adecuada.
Pero también en esta nueva ciudad he comprobado cómo la empatía no solo es fundamental en el trabajo, sino también en la vida personal. Llegar a un lugar desconocido, adaptarme a nuevas personas y rutinas ha sido un proceso que requiere abrir la mente y el corazón. Debo reconoceros que he practicado la empatía conmigo mismo, llegando a aceptar los cambios difíciles y evitando que la nostalgia por lo que dejé atrás me entristezca.
Yo siempre os aconsejaré que practiquéis y desarrolléis la empatía. Algunas de las claves las he ido descubriendo con los años y hoy os las desvelo a vosotras:
Escuchad activamente a las demás personas: prestad atención plena a lo que nos cuentan sin interrumpir ni apresuraros a dar consejos.
Evitad prejuicios: recordad que cada persona tiene su propia opinión, contexto y experiencias que influyen en sus acciones. Una buena manera de practicar esto es ponerse en su lugar y preguntaros cómo os sentiríais en su caso.
Ejercitad la compasión: apoyad y comprended en lugar de criticar.
De todas nosotras depende construir una sociedad más empática.
Deja una respuesta