
En la vida, a menudo sentimos que para ayudar o hacer un cambio debemos hacer grandes cosas. Pero, a veces, lo más importante que podemos ofrecer es simplemente estar presentes. Escuchar, acompañar y demostrar que alguien importa puede ser un acto de profundo impacto.
No necesitas tener todas las respuestas ni resolver todos los problemas. Lo esencial es que quienes te rodean sepan que no están solos, que cuentas con ellos y que en los momentos difíciles siempre habrá alguien dispuesto a tender una mano o a caminar a su lado.
No subestimes el poder de las pequeñas acciones: una palabra de aliento, un gesto amable o un rato dedicado a alguien que lo necesita puede sembrar esperanza y marcar la diferencia. La presencia sincera es un regalo, y a menudo, es todo lo que alguien necesita para comenzar a creer que las cosas pueden mejorar.
Confía en que estar ahí, con el corazón abierto, es una de las maneras más valiosas de cambiar el mundo, una vida a la vez.
Estos días, mi trabajo como educador social en el centro de protección de menores ocupa gran parte de mi tiempo y de mi energía. Es una labor exigente, pero profundamente gratificante. Me considero afortunado de poder dedicarme a una profesión que no solo me llena de sentido, sino que me permite marcar una diferencia en la vida de jóvenes que atraviesan momentos difíciles.
A diario, tengo la oportunidad de acompañar a chicos y chicas en situaciones de gran vulnerabilidad. Entre ellos, algunos son jóvenes inmigrantes que llegan a este país enfrentándose a barreras que van mucho más allá del idioma. Algunos vienen cargando historias duras, dejando atrás su hogar, su familia y sus raíces. Ayudarles a aprender a leer y escribir, enseñarles nuestro idioma y ver cómo poco a poco empiezan a entender el mundo que les rodea, es una experiencia que me llena de orgullo. Es mucho más que un proceso académico: es un camino de integración, de confianza, de construir puentes hacia una vida mejor.
Otros jóvenes nacidos en nuestro país arrastran graves problemas personales. Algunos han crecido en entornos donde la violencia, el abandono o la falta de recursos les han dejado heridas profundas. Mi labor, más que un trabajo, se convierte en una responsabilidad moral: estar ahí para escucharles, guiarles, apoyarles en sus momentos de mayor incertidumbre y celebrar cada pequeño paso hacia su mejora y crecimiento.
Sé que últimamente no he escrito tanto en este blog como solía hacer, y os pido disculpas por ello. La verdad es que mi salud no ha estado en su mejor momento durante estos meses, y he tenido que priorizar mis energías para cumplir con los compromisos que tengo con estos chicos y chicas. Es un desafío equilibrar el cuidado personal con una profesión tan absorbente, pero no puedo evitar sentir que mi lugar está con ellos, que necesitan ese apoyo y ese aliento constante.
Sin embargo, quiero que sepáis que sigo pensando en vosotras todos los días. Este espacio, aunque más silencioso últimamente, sigue siendo el lugar en el comparto mis pensamientos, reflexiones y aprendizaje. Os siento muy cerca a pesar de la distancia y la tormenta profunda, ello, me anima a continuar adelante, a seguir creyendo en el valor de nuestras acciones. .
Recordad que os quiero.
Deja una respuesta