El otro día, mientras caminaba, escuché sin querer una conversación cercana. Hablaban tan fuerte, casi gritando, que no pude evitar oír lo que decían. Una persona le decía a otra: «No le pienso perdonar nunca». Esas palabras quedaron resonando en mi mente mientras seguía mi camino, recordando mi propia historia. Ya os conté en el Diario del abuelo que cuando papá murió, supe perdonar todas aquellas cosas que me habían causado profundas heridas. Tomar esa decisión me liberó del rencor y me dio una paz que jamás imaginé posible.

Pensando en ello, quiero compartir con vosotras una reflexión sobre el perdón, una herramienta poderosa en la vida que, sin embargo, a veces nos resulta difícil aplicar.
Perdonar no significa olvidar ni justificar el daño recibido. Es un acto personal que nos libera del peso del rencor. Sin embargo, a veces sentimos que al perdonar estamos minimizando lo sucedido o abriendo la puerta a que vuelva a ocurrir. Ese miedo es natural, pero el perdón, ante todo, es un camino hacia la paz interior.
También ocurre lo contrario: esperamos que nos perdonen y eso no sucede. La culpa nos invade y nos preguntamos si realmente hemos hecho algo malo. En ocasiones, ni siquiera entendemos por qué alguien nos guarda rencor, pero, aun así, duele. No recibir el perdón puede ser una carga emocional pesada, y aprender a gestionarla es tan importante como aprender a perdonar a los demás. Recordad lo que os escribí hace tiempo, en la convivencia diaria, el perdón es fundamental. Vivir en sociedad implica enfrentarnos a malentendidos y conflictos. Reconocer los errores y disculparse es un gesto de humildad que fortalece la confianza y el respeto en las relaciones.
Sin embargo, debemos aceptar que no siempre está en nuestras manos obtener el perdón de otra persona. En esos casos, lo mejor que podemos hacer es asumir nuestra responsabilidad y no dejar que la culpa nos paralice. Sí, el perdón es una decisión personal. No se puede exigir ni apresurar. Cada persona tiene su propio proceso, y aunque duela, debemos respetarlo.
Con los años, he aprendido que, en muchas ocasiones, el perdón más importante es el que nos debemos a nosotros mismos. No podemos controlar cómo nos ven los demás, pero sí podemos decidir no castigarnos indefinidamente por algo que ya no podemos cambiar.
Ese atardecer, mientras continuaba mi paseo por la ciudad, entre calles llenas de historias ajenas y rostros desconocidos, una sensación de alivio llenó mi interior. Cada paso lento, apoyado en mi bastón, me recordó que el perdón no es un destino, sino un proceso. Tal vez la paz llegue poco a poco y este huracán que me tiene atrapado termine por amainar, trayéndome de nuevo hacia vosotras. Sabed que el futuro aún tiene muchas páginas en blanco, y en ellas hay espacio para la reconciliación, la alegría y nuevas oportunidades. Y quizás, cuando menos lo esperemos, el perdón nos encuentre también a nosotros, como un viento suave después de la tormenta.

Consejo para la vida
Cuando os invada la angustia, aprended a desprenderos de aquello que os hace daño. Aferrarse al rencor o a la culpa no cambia el pasado, solo impide avanzar. Perdonarse y perdonar, cuando sea posible, es la clave para encontrar tranquilidad y seguir adelante.
Recordad que os quiero y siempre estáis en mis pensamientos.
El abuelo Po
Imagen creada con IA
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