
El tiempo no se ve, no se toca, pero lo sentimos pasar cada día. Cuando somos pequeños, parece que no existe: todo es presente, juego, descubrimiento. Un solo día puede parecer eterno. Nadie tiene prisa.
Pero con los años, la percepción del tiempo cambia. Empiezan las responsabilidades, las tareas, las decisiones. La vida se llena de horarios, y sin darnos cuenta, empezamos a correr tras un reloj invisible.
Quienes formamos una familia, lo sabemos bien: Los días pasan rápido, los hijos crecen sin avisar, los momentos cotidianos se vuelven recuerdos en cuestión de semanas. Y en medio de todo eso, muchas veces sentimos que el tiempo no alcanza.
Por eso, parar a reflexionar puede ser una herramienta valiosa. No para mirar atrás con nostalgia, ni para agobiarnos con el futuro, sino para aprender a vivir con más conciencia el presente. Para no olvidar que las cosas más importantes de la vida —como el cariño, la paciencia o una conversación tranquila— no se miden en minutos ni se compran en ningún sitio.
Vivimos tiempos complejos. Las noticias nos hablan de guerras, de problemas climáticos, de desigualdades que duelen. La tecnología avanza a toda velocidad, pero eso no siempre significa que vivamos mejor. Muchas familias se sienten desbordadas, y no es raro que los más jóvenes experimenten ansiedad, frustración o desconexión emocional.
Como educador social, como padre y como abuelo, lo veo a diario. Y por eso, más que nunca, creo en el valor de lo cotidiano. En lo que hacemos cada día en casa, en lo que enseñamos con el ejemplo. En las conversaciones que tenemos con nuestras hijas e hijos, y también en los silencios que les ofrecemos para que puedan pensar, imaginar y descansar.
No hace falta hacer grandes cosas. A veces, simplemente caminar despacio ya es un acto de amor. El otro día, mientras daba un paseo, tuve que detenerme varias veces para dejar pasar a una pequeña familia de caracoles que cruzaba la acera. Y pensé: quizás de eso se trata ahora… de no pisar lo que otros no ven.

Vivir el tiempo con más calma, con más atención. Mirar más a los ojos y menos las pantallas. Cuidar nuestras palabras y también nuestras pausas. Estar presentes, de verdad.
Desde este espacio, te invito a que hagas una pausa en tu día. Piensa cómo vivías el tiempo cuando eras niña o niño. Piensa cómo lo vives hoy con tu familia. Y si puedes, encuentra un momento —aunque sea breve— para respirar, mirar a quienes quieres, y agradecer.
El tiempo no se puede frenar, pero sí podemos decidir cómo queremos vivirlo.
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